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conjunto uniforme y al mismo tiempo una<br />
masa sin forma. Esto a pesar de que están<br />
identificados cada uno por su nombre ya<br />
que son, como el propio detective privado<br />
–Carlos Becerril–, lugares comunes<br />
encarnados. El jefe de la “familia<br />
ladrona” se llama Horacio Palomares,<br />
su hijo José Luis, su hija Carolina y su<br />
yerno Martín. Por supuesto que, como<br />
“todos” los ladrones, todos los “sujetos<br />
de barrio” tienen apodos tan ridículos<br />
como previsibles: El Tieso, El Choche,<br />
y La Tura.<br />
El bebé es una entidad flotante y compleja,<br />
ya que lo construyen una diversidad<br />
de componentes (el bebé que han<br />
perdido antes de nacer, el reborn que<br />
intentan eventualmente criar) y Betsabé,<br />
la hija que le han robado a Carolina,<br />
integrante de la banda de ladrones<br />
que entraron a su casa. Evidentemente,<br />
sobre este personaje tan poco dramático,<br />
en términos de acción, recaen,<br />
desde mi lectura, diversos significados.<br />
Por un lado, es la clara materialización<br />
de un estilo de vida que han perdido<br />
al ser sujetos de un robo; por el otro,<br />
es un objeto de deseo jamás asequible;<br />
y, por último, un individuo en el que se<br />
conjugan dolor y venganza, temas en los<br />
que el novelista profundiza a lo largo<br />
del texto.<br />
para avanzar, necesita ser padre<br />
La novela nos deja claro que existe una<br />
clara arquitectura social y cultural respecto<br />
a tener hijos, porque habría que<br />
decir que existen diferentes visiones<br />
dignas de tomarse en cuenta cuando de<br />
paternidad y maternidad se habla. Bastaría,<br />
como ejemplo, con pedir en el<br />
trabajo un permiso por “paternidad”.<br />
Es innegable que tanto hombres como<br />
mujeres recibimos una “educación estructural”<br />
sobre lo que significa ser padres,<br />
así como ser hombres y mujeres.<br />
Como bien lo dice Alberto: “Quería poseer<br />
un hijo, sangre de mi sangre, porque<br />
me habían dicho que aquél era el verdadero<br />
amor y necesitaba experimentarlo.”<br />
Yo no tengo hijos, así que no quiero<br />
recurrir a la fácil descalificación ni a<br />
la compleja discusión sobre la realidad<br />
del incondicional amor a los hijos.<br />
Ramos Revillas habla desde diversos<br />
lugares de los hijos como la máxima<br />
fuente y reserva de amor en el mundo,<br />
como el siguiente paso lógico en un “buen<br />
matrimonio”, como la marca sobre la<br />
tierra que se volverá nuestro legado.<br />
Toda obra y toda acción que el individuo<br />
realice antes de tener un hijo posee<br />
significado por sí misma, después se<br />
convierte en un esfuerzo por tu hijo, en<br />
un fresco que se va pintando conforme<br />
pasan los años, en un supuesto legado<br />
con el que se tiene que lidiar constantemente<br />
para que cumpla con su “papel”,<br />
para que sea aquello que se espera de<br />
él. Pero no pensamos que, como lo dice<br />
el autor, ni el hijo será mejor por tener<br />
padre, ni el padre será mejor por tener<br />
hijo: “Porque seguirás siendo un hijo<br />
de la chingada. Porque ni siquiera los<br />
hijos nos vuelven mejores personas.”<br />
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