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el sueño de la aldea<br />
La memoria que al mismo tiempo es<br />
intensa y delicada. Y simultáneamente<br />
suena en español y resuena en lengua<br />
extraña; muestra, como quería Benjamin,<br />
la huella del inglés y de sus articulaciones<br />
distintas. El inglés, pero<br />
también un inglés hablado en cierta<br />
época, un inglés que se recuerda y,<br />
por lo tanto, se recupera siempre como<br />
tiempo perdido: posesión por pérdida.<br />
Esa luna de la que hablan y que los<br />
ilumina mientras hablan es la precisa<br />
luna a la que el hombre está por llegar<br />
por primera vez. Es una luna histórica,<br />
pero al mismo tiempo una luna<br />
personalísima. Y así, en esos lugares<br />
íntimos, la Historia de H grandona se<br />
junta con su historia.<br />
Pero hay que decir que Manjarrez se<br />
impone también una memoria valiente,<br />
que ejerce en especial sobre los mismo<br />
puntos que le producen más amor:<br />
sobre el cuerpo que más ama o amó,<br />
el que encendió su deseo y le procuró<br />
placer. Y ahí dice también los espacios<br />
más mezquinos, dice el miedo, el odio,<br />
el asco, la fealdad inmediata o hasta<br />
simultánea con la belleza. Ahí dice<br />
valientemente pero sin dejar de amar.<br />
Y eso está cabrón, por decirlo zoometafóricamente.<br />
Por eso me gusta tanto el párrafo<br />
con el que abrí estas páginas. Escribí<br />
queriendo ser raro. Y confiesa que fue<br />
necesario atravesar el error de la heterodoxia<br />
obligatoria de los sesenta para<br />
encontrar su manera de compartir una<br />
verdad. La de las “formas de hablar y<br />
de moverse y de pensar”. El error no<br />
desaparece. El error se explora con la<br />
pluma en la llaga. Escribe las ganas<br />
de matar a alguien para robarle veinte<br />
monedas de plata. Escribe la venganza<br />
que se equivoca. Escribe la traición<br />
a la amistad por deseo.<br />
Manjarrez sabe que estas dos maneras<br />
de su memoria, la amorosa y la<br />
valiente, son una sola. Que juntas, aliadas,<br />
hacen que ardan sus páginas: nadie<br />
puede escribir con tanto dolor sobre lo<br />
que abruma y aburre y aplasta de París y<br />
de Londres y de ese país que ya no existe,<br />
la antigua Yugoslavia; nadie puede<br />
escribir con tanto dolor sobre una amistad<br />
que se quiere volver forma de vida y<br />
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