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de un hartazgo velado por reclamos en<br />

apariencia tranquilos, hartazgo en aumento<br />

sin embargo, si hemos de atender<br />

al final de “El solitario”, cuento cuya<br />

primera aparición data de 1913 y luego,<br />

en 1917, forma parte de los Cuentos de<br />

amor de locura y de muerte.<br />

Como en “El almohadón de pluma”,<br />

sus páginas delinean para nosotros la<br />

historia de un matrimonio; sólo que en<br />

este caso los sentimientos son diferentes.<br />

Kassim es un joyero hábil, “artista<br />

aun”, escribe Quiroga. Este joyero, con<br />

“más arranque y habilidad comercial hubiera<br />

sido rico. Pero a los treinta y cinco<br />

años proseguía en su pieza, aderezada<br />

en taller bajo la ventana”. Frente a él<br />

está María; ambiciosa, llega a los 20 años<br />

soltera y debe conformarse con Kassim,<br />

alguien “de cuerpo mezquino, rostro<br />

exangüe sombreado por rala barba negra”,<br />

inferior a lo que su belleza debió<br />

otorgarle; alguien que, en definitiva, no<br />

la hubiera atraído de no ser por su propia<br />

edad, si bien temprana en nuestra<br />

época para una unión matrimonial, tardía<br />

en aquella sociedad de principios del<br />

siglo xx. El trabajo de Kassim como joyero<br />

será el catalizador que ha de precipitar<br />

el cuento hacia el final; sólo que,<br />

a diferencia de “El almohadón de pluma”,<br />

éste no terminará con una muerte<br />

a consecuencia de una enfermedad<br />

inexplicable.<br />

“Entregaron luego a Kassim, para<br />

montar, un solitario, el brillante más admirable<br />

que hubiera pasado por sus manos”,<br />

dice el autor, y esa piedra que va a<br />

montarse no en un anillo, como supone<br />

María, sino en un alfiler, multiplica la<br />

ambición de la joven, quien ya se probó<br />

un prendedor y fue con él al teatro,<br />

pese a las negativas de Kassim –“Haces<br />

mal… Podrían verte. Perderían toda<br />

confianza en mí”–, y ahora llega al punto<br />

de exigirle a su esposo que le dé el<br />

brillante, “un agua admirable”. Bueno,<br />

veremos si es posible, son las palabras<br />

del joyero, aunque al final no significarán<br />

un obsequio o mejor dicho, un robo:<br />

ese alfiler acabará hundido, “firme y<br />

perpendicular como un clavo”, en el<br />

pecho de María.<br />

Un horror inesperado como el de “El<br />

solitario”, presentido apenas hacia el final,<br />

lo encontramos también en “La gallina<br />

degollada”. En este cuento de 1909<br />

se nos muestran los alcances de lo que<br />

llamamos destino o, más bien, fatalidad,<br />

pues pareciera que la descendencia del<br />

matrimonio Mazzini-Ferraz está condenada<br />

a la putrefacción o a la muerte.<br />

Horacio Quiroga pone en brazos de<br />

sus personajes a cuatro hijos que van<br />

de los doce a los ocho años de edad, nombrándolos,<br />

de manera directa y sin compasión,<br />

idiotas. Tenían la lengua entre<br />

los labios, los ojos estúpidos y volvían la<br />

cabeza con la boca abierta, los describe<br />

el autor en el primer párrafo, y nosotros<br />

vemos una especie de sombra, de masa<br />

sin forma que pasa los días, la existencia,<br />

mirando sin ver en realidad, con<br />

los ojos en la pared o en el techo, donde<br />

sea, no importa, sólo a la espera de<br />

algo. Esta masa casi vegetal se anima a la<br />

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