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Posteriormente escritos)

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xix, si es que no me equivoco, típico por<br />

cierto en las novelas rusas, donde aparece<br />

de pronto un conde (y aquí una letra<br />

mayúscula, en el lugar de su nombre,<br />

y luego un asterisco [*]), llega a vivir a<br />

la ciudad de (y aquí otra letra mayúscula,<br />

en el lugar de su nombre, y luego<br />

un asterisco)… Es un recurso que tiene<br />

diversas intenciones, por supuesto,<br />

entre otras la de mantener en secreto, o<br />

en un plano de discreción suficiente, los<br />

datos exactos de los personajes de quienes,<br />

desde la omnisciencia de los autores,<br />

vamos acaso a saberlo casi todo.<br />

Citando, quiero decir, ese recurso, Ortiz<br />

Monasterio bautiza a los personajes<br />

de su relato de esa manera –quiero decir<br />

el matrimonio que recibe en casa<br />

a un colibrí rescatado, al igual que la<br />

perra Anastasia, de una muerte segura<br />

en la calle–. Por eso, quienes acogen al<br />

indefenso pajarito se llaman, ella “B”,<br />

y luego tres puntos suspensivos flotados,<br />

como si fueran asteriscos, y él “I”<br />

(“I” de “Ignacio”, nos gusta pensar a<br />

nosotros) y luego tres puntos suspensivos<br />

flotados…<br />

Una prueba del delicioso sentido del<br />

humor de este escritor es que cuando la<br />

pareja bautiza al colibrí, que se ha quedado<br />

a vivir con ellos, al menos en tanto<br />

se recupera, Ortiz Monasterio cuenta<br />

que lo bautizan como Ch (es decir con<br />

las letras ce y hache) y a continuación,<br />

mostrándose irónico, y fiel al recurso (en<br />

esa fidelidad están su ironía y el humor<br />

delicados y magníficos), añade los tres<br />

puntos suspensivos flotados… Confieso<br />

que en ese preciso instante solté<br />

la carcajada más sincera, afectuosa y<br />

colmada de simpatía de todas las que<br />

acompañaron mi lectura de su libro.<br />

Quisiera decir mucho, pero me limito<br />

a estos apuntes por cuestiones de espacio<br />

y tiempo. Sólo añadiría algo más: que<br />

me supo a poco, que las apenas cincuenta<br />

o sesenta páginas de Compás de cuatro<br />

tiempos me parecieron poco y que ahora<br />

me gustaría leer más de esta pluma<br />

inteligente, honda y compasiva. También,<br />

que auguro que un espléndido narrador<br />

está preparándose para darnos una sorpresa.<br />

Extraños placeres: la obsesión<br />

lingüística de Wolfson<br />

Víctor Roberto Carrancá<br />

Gabriel Wolfson, Profesores, conaculta,<br />

México, 2015, 94 p.<br />

La línea entre la prosa y la poesía: frontera<br />

inevitable (sea solamente ficción de<br />

críticos, sirena cantada por marinos igual<br />

de esquivos que sus musas), es desvelo de<br />

muchos escritores que, como Gabriel<br />

Wolfson, se obsesionan con desmenuzar<br />

el lenguaje, hacerlo propio, transformar<br />

la narrativa en cavilación sintáctica, batalla<br />

entre el significado y el significante.<br />

Profesores, libro de cuentos (o metacuentos,<br />

o cuentos imposibles, o re­<br />

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