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hora de comer y en presencia de colores<br />
brillantes, como el rojo, siendo también<br />
capaz de “cierta facultad imitativa”, características<br />
que hacia final del cuento<br />
darán paso a la fatalidad, a eso imposible<br />
de evadir que caerá sobre Bertita, la hija<br />
menor del matrimonio, la sana, la única<br />
que se libró de las convulsiones que a los<br />
casi dos años dejaran a sus hermanos en<br />
estado de “la más honda animalidad”.<br />
A pesar del horror entretejido en el<br />
desenlace de estos cuentos, el escritor<br />
uruguayo vela esas escenas a su lector<br />
al dirigir su atención hacia otro punto:<br />
en “El almohadón de pluma” es la explicación<br />
acerca de los parásitos de las<br />
aves que “diminutos en el medio habitual,<br />
llegan a adquirir en ciertas condiciones<br />
proporciones enormes”; en “El<br />
solitario” tenemos no el cuerpo herido<br />
de la mujer del joyero, sino el alfiler:<br />
“La joya, sacudida por la convulsión<br />
del ganglio herido, tembló un instante<br />
desequilibrada. Kassim esperó un<br />
momento, y cuando el solitario quedó<br />
por fin perfectamente inmóvil, se retiró<br />
cerrando tras de sí la puerta sin hacer<br />
ruido”; en el caso de “La gallina degollada”<br />
es Mazzini, esposo de Berta, quien la<br />
aleja diciéndole ¡No entres! ¡No entres!,<br />
además del piso inundado de sangre y<br />
el paralelo que tiende Quiroga entre la<br />
sirvienta degollando a una gallina y los<br />
cuatro hijos mayores apretándole el cuello<br />
a la menor, apartando sus bucles como<br />
si de plumas se tratara y llevándola a<br />
la cocina, “donde esa mañana se había<br />
desangrado a la gallina”.<br />
Aunque no todos los cuentos ajenos<br />
a la atmósfera del monte desembocan en<br />
la muerte, hay alguno, seguro, inspirado<br />
en su empleo como funcionario público<br />
(“Polea loca”, escrito en 1917 e incluido<br />
en el libro Anaconda, de 1921, donde un<br />
gobernador deja pasar dos años y medio<br />
sin responder su correspondencia,<br />
sin siquiera abrirla). Hay un fantaseo<br />
romántico con una actriz de cine (“Miss<br />
Dorothy Phillips, mi esposa”), un amor<br />
consumado y real después de una enfermedad<br />
(“La meningitis y su sombra”),<br />
incluso hay humor. Dentro de los textos<br />
con esta última característica se encuentran<br />
“Cuento para novios” y “Dieta<br />
de amor”. Pero aquí lo humorístico no<br />
arranca carcajadas a los lectores, más<br />
bien sonrisas chuecas, condimentadas<br />
con cierta resignación pues existe el<br />
presentimiento, junto al del propio personaje,<br />
de lo que depara el tiempo venidero:<br />
despertar a cada instante, pelear<br />
con el cónyuge y amanecer en el sillón<br />
de un corredor debido al llanto de un<br />
hijo de muy corta edad para el soltero<br />
de “Cuento para novios”; morir de inanición<br />
al comer sólo “sopas ligeras y<br />
una liviana taza de té”, como si se tratara<br />
de una prueba a fin de merecer a<br />
una joven para el narrador en primera<br />
persona de “Dieta de amor”, contenido<br />
en Anaconda, al igual que “Polea<br />
loca”. Este narrador tiene la seguridad<br />
de que un día van a encontrarlo muerto<br />
y va un poco más allá al advertir: “Que<br />
los que lleguen a leerme huyan, pues,<br />
de toda muchacha mona cuya intención<br />
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