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Las Sabanas de Barinas - MinCI

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za, consintiesen en ir personalmente a su prisión para ponerlo enlibertad.“En realidad esto era una pí1dora amarga para la mayor parte<strong>de</strong> ellos, pero <strong>de</strong>sgraciadamente no había alternativa posible, <strong>de</strong>modo que se vieron obligados, aunque <strong>de</strong> mala gana, a inclinarla cabeza y a presentarse ante Arismendi, protegidos, a solicitud<strong>de</strong> ellos, por varios comerciantes extranjeros a quienes aquél semostraba muy adicto y <strong>de</strong> cuyo apoyo <strong>de</strong>pendían los diputadosen tan humillantes circunstancias. Yo tuve la curiosidad <strong>de</strong> verla escena por mis propios ojos y me divertí mucho con ella.Oída la arenga <strong>de</strong> Zea, el general consistió en que le quitasen losgrillos, sin proferir una sola palabra ni <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> fumar, hasta quehubo apurado su cigarro. Luego se puso en pié, iluminando elcurtido rostro con una cruel sonrisa <strong>de</strong> triunfo, y recibiendo yobservando atentamente la espada que por primera vez volvía asus manos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que lo arrestaron, apenas se dignó contestar alos visitantes con un “¡Vamos, pues, hijos <strong>de</strong> la grandísima...!“Acto continuo pidió que le llevasen un caballo para él y otropara su hijo, a quien nombró por único ayudante. En respuestaa la invitación que le hizo Zea para que se alojase en el palacio,replicó fríamente que le bastaba y sobraba con el cuarto que asu llegada le había <strong>de</strong>stinado el Congreso, pero conforme consus <strong>de</strong>seos le enviaron una cama y una mesa a la antigua prisión,junto con recado <strong>de</strong> escribir para su hijo, único secretario quequiso tener. Antes <strong>de</strong> salir a caballo con el objeto <strong>de</strong> inquirir elestado <strong>de</strong>fensivo <strong>de</strong> la ciudad y <strong>de</strong> los contornos, or<strong>de</strong>nó que sepublicase un bando en la plaza y calles principales, a fin <strong>de</strong> quetodo varón apto para llevar las armas compareciese en el término<strong>de</strong> dos horas, frente al palacio, con armas o sin ellas, peroprevisto <strong>de</strong> capote o cobija... y semejante invitación iba reforzadacon la enfática advertencia: “¡so pena <strong>de</strong> la vida!”“Como era <strong>de</strong> presumirse, al regreso <strong>de</strong> Arismendi hubo unabuena revista. Con asistencia <strong>de</strong> su hijo situó en or<strong>de</strong>n y ro<strong>de</strong>andola plaza, en filas <strong>de</strong> dos en fondo, a cuantos se habían presentado.Después <strong>de</strong> entresacar a los comerciantes y regatones118

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