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Las Sabanas de Barinas - MinCI

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to contra el toldo constituía gran estorbo para el trabajo <strong>de</strong> loscanoeros, que con mucha dificultad lograban mantener firme ensu rumbo la liviana embarcación. El temor y la ira <strong>de</strong> Panchitoante la impericia, o <strong>de</strong>scuido <strong>de</strong> los indios, como él lo juzgaba,sobrepusiéronse entonces a su calma habitual, y estalló en un“¡Malhaya la Flechera y los perros que la bogan!”“¿Qué pasa, niño Panchito?” preguntó Páez, interrumpidoen sus divagaciones por aquella maldición; “¿Qué le ocurre a losindios o la canoa?”“¿Pues no los oyó cantando os (sic) merced? Anunciaron unhuracán y ya lo tenemos encima ¡San Antonio! No <strong>de</strong>seo sinoque nos veamos a caballo. Usted pue<strong>de</strong> nadar a sus anchas en elArauca, ¡mi jefe! Y tal vez en el Apure, pero dudo que logre llegara la otra orilla, si se vuelca esta batea. Estoy seguro <strong>de</strong> queyo no podría hacerlo, y su lanza se per<strong>de</strong>ría.”Páez abarco el espacio con la vista y pudo compren<strong>de</strong>r queen efecto había seguros indicios <strong>de</strong> próximo huracán, porquedurante el breve tiempo transcurrido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que abandonaron el<strong>de</strong>sembarca<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Los Capuchinos los cielos se habían cubierto<strong>de</strong> espeso dosel, negro como tinta, que se levantó simultáneamente<strong>de</strong> todos los puntos <strong>de</strong>l horizonte, bajo el cual y a muypoca altura se entrecruzaban con rapi<strong>de</strong>z fulgentes girones <strong>de</strong>nubes que aproximándose poco a poco al cenit parecían girarcerca <strong>de</strong> el como en torno <strong>de</strong> una vorágine. Al fin se oyó el sordorugir <strong>de</strong>l chubasco proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> las montañas situadas algunasmillas mas abajo y cuyo efecto sobre el agua se <strong>de</strong>scubría muybien por la franja <strong>de</strong> espuma que acompañaba su impetuosoavance.No había momento que per<strong>de</strong>r porque si el vendaval azotabala flechera con el toldo aun puesto, habríale volcado <strong>de</strong> modoinevitable e instantáneo. Páez saco en el acto el largo y afiladocuchillo cachi-blanco que siempre llevaba al cinto y corto lascorreas que sostenían el toldo, cayendo este al agua en elmomento preciso en que el chubasco llegaba a aquella parte <strong>de</strong>lrío. El indio que gobernaba la flechera tuvo la precaución <strong>de</strong>155

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