Juventudes latinoamericanas
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María Isabel Domínguez García, Idania Rego Espinosa y Claudia Castilla García<br />
social en muchos casos se hace desde políticas asistencialistas o desde<br />
lógicas consumistas, la experiencia de Cuba puede ser un buen ejemplo<br />
para hacer que su integración social sea algo más que “la ilusión<br />
de la inclusión” (Escobar y Mendoza, 2005:16).<br />
Se ha partido de un modelo de sociedad incluyente, encaminada<br />
al logro de la equidad y la justicia social como presupuestos de partida<br />
de la política del Estado y para cuyo logro han estado diseñadas<br />
las políticas públicas, lo que más allá de aciertos y errores, ha mantenido<br />
al ser humano en el centro de atención. Ello ha conducido a resultados<br />
que se traducen en el elevado Índice de Desarrollo Humano<br />
que ocupa en el concierto de países a nivel mundial, a pesar de su ubicación<br />
socioeconómica en el conjunto de naciones subdesarrolladas:<br />
al finalizar la década de los años noventa – la más difícil en el plano<br />
económico y cuando prácticamente todos sus indicadores sufrieron<br />
afectaciones – Cuba pudo exhibir un Índice de Desarrollo Humano<br />
(IDH) mediano, que la colocó en el lugar 58 a nivel mundial, y en el<br />
15 dentro de 32 países de América Latina (PNUD, 1999). Al inicio de<br />
esta década se situó en el lugar 51 y el quinto lugar en América Latina<br />
(PNUD, 2011).<br />
También se ha traducido en que el país ha cumplimentado los<br />
principales Objetivos de Desarrollo del Milenio, planteados por Naciones<br />
Unidas, incluso algunos de ellos antes de que fueran formulados<br />
por este organismo internacional, especialmente aquellos que inciden<br />
de manera directa sobre la población infantil y juvenil (ONE, 2009).<br />
Las políticas públicas han combinado el enfoque universalista<br />
con la perspectiva generacional, al incluir a las juventudes en las políticas<br />
más generales, junto a las diseñadas específicamente para ellas.<br />
Eso ha permitido la continuidad en los efectos de dichas políticas<br />
sin abruptos cortes o rupturas, lo que ha contribuido a garantizar no<br />
solo la integración de los grupos juveniles sino también procesos de<br />
movilidad social ascendente, a la vez que ha favorecido las relaciones<br />
intergeneracionales en el marco de sus aplicaciones.<br />
A partir de la actual década, en el país se ha iniciado un proceso<br />
denominado de actualización del modelo socio-económico que tiene<br />
entre sus direcciones buscar nuevas vías que impulsen el desarrollo<br />
económico sin afectar las garantías sociales, pero ajustándolas a las<br />
posibilidades reales de que dispone la sociedad (PCC, 2011).<br />
En ese marco, los cambios económicos implican cambios en el<br />
funcionamiento social, en la estructura de ocupaciones y por consiguiente<br />
en la estructura y correlación de algunas de las políticas públicas,<br />
todo lo cual tiene incidencia en los mecanismos de integración<br />
social de las juventudes y puede dar lugar a la reconfiguración de nuevos<br />
espacios de vulnerabilidad social.<br />
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