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Juventudes latinoamericanas

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Sara Victoria Alvarado, Camilo Ramírez, Ariel Gómez y María Cristina Sánchez<br />

midad de sus discursos y apuestas de vida; siendo precisamente estas<br />

acciones, la contingencia desde las que emanan las minorías sociales.<br />

Por lo tanto la trama de la política como acción está enmarcada<br />

siempre como posibilidad, que desde Arendt (1993, 2004), es asumida<br />

como nueva posibilidad de actuar juntos, como capacidad de la vida<br />

humana, como posibilidad de otras lógicas que son movidas por los<br />

horizontes de las utopías cristalizadas en la palabra, en los lenguajes.<br />

En este sentido, las y los jóvenes participantes de experiencias de<br />

movilización política son asumidas y asumidos como actores singulares<br />

y colectivos, que producen acciones políticas porque son capaces<br />

de definirse a sí mismos como sujetos políticos y definir las tensiones<br />

propias del escenario político en el cual inscriben su accionar. Claro<br />

está, no hay que olvidar aquí, que al separar la singularidad y lo colectivo<br />

se está asumiendo que es en lo político donde la capacidad de<br />

ser-con otros se hace plausible. Podría argumentarse que incluso en<br />

el poder individual del sujeto toma lugar y forma un primer nivel del<br />

reconocimiento, y ello concierne justamente a la demanda política que<br />

adviene a la conciencia de que se pertenece a un mundo con los otros.<br />

Quizá el reto político que a nuestros jóvenes se les impone, es justamente<br />

jugar con la diferencia en el mundo de lo común. Y no hay que<br />

olvidar que parte de un ejercicio hermenéutico radica en las otras lecturas<br />

que podemos hacer incluso, de una noción de poder. Poder no<br />

se puede entender en este sentido únicamente como la potestad de un<br />

accionar que se legitima desde un “afuera”. Poder, en clave arendtiana,<br />

significa poder-ser, poder-pensar, poder-hacer y en el camino hacia el<br />

reconocimiento habría que entenderlo de la siguiente manera: “Lo que<br />

primero socava y luego mata a las comunidades políticas es la pérdida<br />

de poder y la impotencia final; y el poder no puede almacenarse y<br />

mantenerse en reserva para hacer frente a las emergencias, como los<br />

instrumentos de la violencia, sino que sólo existe en su realidad (...)<br />

El poder sólo es realidad donde palabra y acto no se han separado,<br />

donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales, donde<br />

las palabras no se emplean para velar intenciones sino para descubrir<br />

realidades, y los actos no se usan para violar y destruir sino para establecer<br />

relaciones y crear nuevas realidades” (Arendt, 2005). Decíamos<br />

en algún momento, que la instauración de la acción política de los y<br />

las jóvenes con los que aquí compartimos escenario, se erigía en el<br />

alcance de unas nuevas lógicas de poder; nos referíamos -vale aquí<br />

decirlo- a los alcances de la comprensión de la vida histórica con otros,<br />

vida histórica que comparte, agencia y pone en otro nivel de recepción<br />

las potencialidades individuales desplazándolas a iniciativas comunes.<br />

El “nosotros” colectivo que se configura en las acciones políticas<br />

de las y los jóvenes es elemento central en la posibilidad de existen-<br />

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