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Pura Azorín
Se dice que la escritura se nutre de dos fuentes, la imaginación y la experiencia.
Sucede que durante unos años presencio, observo, la infancia y la
adolescencia de mis hijos, lo que me hace recordar, revivir mi infancia y mi adolescencia.
Es un tema que conozco; tengo la materia literaria. Y me pongo a la
tarea. Pero esta vez no hay un matiz distinto: no escribo sólo para mí, sino que
empiezo a pensar en el lector, un lector joven al que quiero divertir, seducir. Y
yo sé que un lector difícil de contentar.
Tras recorrer el proceso solitario de escribir, me encuentro con unos libros
que, por suerte, me permiten hacer una actividad extraordinaria: conocer de
cerca a los lectores, hablar con ellos y recibir sus opiniones y críticas. Y esto ha
dado un nuevo sentido a mi escritura.
En mis encuentros tengo diversos objetivos:
Con los más pequeños, los primeros lectores, utilizo un relato que he
escrito pensando en alguien que acaba de aprender a leer y a escribir y que
se va a enfrentar al texto él solo. Se debe ser muy cuidadoso en la forma y
en el fondo. Hay que emplear oraciones simples y renunciar a las subordinadas,
pues no tienen “memoria” para recordar a qué palabras se refi eren los
relativos; el vocabulario será sencillo; la acción transcurrirá linealmente, sin
saltos temporales; puede usarse el humor (es necesario), pero aún no suelen
comprender la ironía. Y hay que transmitir un mensaje positivo sin caer en el
almíbar y la moralina.
Lo cierto es que es escribir para primeros lectores es como escribir con un
corsé.
Además en estas edades se está todavía en la “etapa animista” (siguiendo
la terminología de Vygotsky y Applebee) y no se distingue lo lógico de lo
alógico (de las conversaciones con ellos tengo una colección de anécdotas
encantadoras: un lápiz que se pierde y no sabe volver, los problemas con el
color blanco o la existencia cierta del ratón Pérez).
Hasta los cinco años no se concibe el concepto del YO narrativo, y cuando
un niño logra comprenderlo, en ese maravilloso instante, descubre la fi cción.
Y que un crío de esa edad sepa que la niña que habla desde el cuento no soy
yo, sino Lucía, una invención, y distinga a ambas, signifi ca ni más ni menos que
ha resuelto el problema del autor-narrador, cosa que no han logrado bastantes
personas adultas.
Porque son niños, pero no tontos. Por ejemplo, y siguiendo la clasifi cación
de T.S. Elliot, he encontrado: