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Lectura y literatura. La biblioteca familiar
El retraso produjo efectos devastadores, pues durante más de quince años
—con la excepción de los buenos maestros que se negaron, casi clandestinos,
a acatar esta memez, y enseñaron a leer como siempre: cuando se podía—,
los niños fueron educados en una cultura audiovisual sin contrapeso escrito,
cuando la mayoría de los chiquillos de las generaciones anteriores leíamos de
corrido a los cinco años. La aventura, la pasión, los personajes modelo estarían
ya para siempre ligados a las pantallas y no a los libros.
1.2. El mito del niño feliz
No imagino que nadie que haya sido un niño feliz pueda creer que la felicidad
consiste en ser consentido en todo y en que no se le exija nada. Esa idea
de la felicidad infantil sólo puede provenir de quienes fueran niños infelices o,
simplemente, han olvidado por completo, aplastados por textos teóricos de la
psicopedagocracia, lo que es ser niño. Al niño no hay que inducirlo al juego
desde el mundo adulto —lo que no supone sino una perversión de las funciones
de cada uno—, porque para el niño todo es un juego. También el estudio, las
tablas de multiplicar y los adjetivos califi cativos. Y el aprendizaje memorístico
de canciones, poemas y listas de provincias. Sólo con una memoria ejercitada,
por ejemplo, podrá saberse luego las plantillas de toda la primera división de
fútbol. Un niño no es feliz en la abulia, sino en los retos a través de los que
va conociéndose a sí mismo y a los demás. La infancia feliz era una conquista,
un territorio de misterio y desafío en el que los libros y los tebeos jugaban un
papel esencial para alimentar los juegos y ese sueño de ser mayores que anida
en los niños sanos. Por eso, la “rousoniana” noción, tan extendida hoy entre
algunos maestros, de que la escuela es para jugar y que hay que aprender
jugando, supone una desnaturalización de la escuela, de la familia, de la calle
y del niño, que ya no aprenderá nunca a diferenciar los ámbitos formales a los
que su conducta debe ajustarse. Y ello constituirá un importante obstáculo
para su maduración y desarrollo posteriores, precisamente para su capacidad
de discriminar los espacios y adaptarse personal y laboralmente.
La escuela, si quiere salvarse, debe volver a ser el espacio del trabajo, con
un recreo que sea tal cosa y no una mera continuidad del aula, el “segmento
de ocio corto” frente al “segmento de ocio largo” que serían las horas de clase,
dicho en la neolengua que la reforma impuso. Un lugar donde se aprenda a
asumir los deberes, las obligaciones, la “formalidad” (las formas primeras de los
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