Lectura y familia.indd - Consejo Escolar de la Región de Murcia

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Javier Orrico
simplonas, personajes sin aristas y sentimientos muchas veces ternuristas y
de bondad ofi cial, expresamente concebidas desde parámetros comerciales e
ideológicos muy concretos. Y, ciertamente, bastante mal escritas, porque no se
idearon para servir al arte y a la historia que relatan, sino para ser vendibles. A
cualquier escritor verdadero le resultaría inconcebible que una obra suya, por
muy para niños que estuviera pensada, pudiera clasifi carse como se hace hoy:
por edades. Productos para siete años, once, etc. Como las camisetas. Los padres
y muchos maestros han caído, con la mejor de las intenciones, en las redes
de estos inteligentes confeccionadores de pastelitos que, en general, apenas
dejarán huella en sus hijos y alumnos. Así pues, y retomando la pregunta que
nos hacíamos más arriba, si las lecturas que les proporcionamos no sirven para
hacerlos mejores, ¿no nos estaremos equivocando en los libros y en el modo
de abordarlos en la enseñanza?
Lo que hemos de tratar aquí es, por consiguiente, no sólo la necesidad de
leer, mucho más extendida y apoyada que en cualquier otra época, sino, especialmente,
lo que se ha de leer. Eso es lo que llamamos un canon.
3. LA NECESIDAD DEL CANON
Hemos de recuperar, como antídoto contra la confusión reinante, el canon,
lo contrastado. Un canon es un modelo ideal, establecido tras siglos de debate,
crítica y transmisión, avalado por millones de lectores, y auténtico contenedor
de los valores de lo que llamamos civilización, tanto en forma de utopías positivas
como negativas, como expresión de los sueños o descarnado refl ejo del
mundo. El canon, su mera existencia, es la afi rmación de que no todo vale lo
mismo, que es una de las grandes tragedias que la posmodernidad y la corrección
política nos han impuesto.
Por supuesto, lo que hay detrás del arrumbamiento de la tradición, del canon,
es un proyecto ideológico de deslegitimación de la cultura occidental, de
una tradición que es entendida como portadora del imperialismo, cuando en
realidad lo que anida en ella es la defensa de la libertad humana, la idea del
hombre como hacedor de su destino que nos legaron los griegos. La culpabilización
cultural, como último campo de batalla, que la izquierda emprendió a
partir, sobre todo, de la obscena evidencia de lo que se escondía tras el muro
de Berlín, encuentra en la destrucción de la literatura como representación de lo
que somos, de lo que fuimos, de lo que creímos, uno de sus ámbitos más pre-