Lectura y familia.indd - Consejo Escolar de la Región de Murcia

Animar a leer: una tarea de todos
aperos. Dentro de la orza metió una herradura que se le había caído a la mula
cuando volvían del campo.
Al cabo de unos días se acordó de la herradura y fue a ponérsela al animal,
que ya empezaba a cojear. Al sacarla observó que dentro de la orza quedaba otra.
Sorprendido, volvió a meter la mano y vio que quedaba otra en el fondo y que
por más herraduras que sacaba siempre quedaba otra.
Entonces se le ocurrió una idea extraordinaria: echó una moneda de cobre
y fue metiendo la mano una y otra vez hasta que juntó un buen puñado. Las
cambió al prestamista por una moneda de plata y repitió la operación hasta
que llenó dos bolsas.
A partir de ese día empezó a vivir a lo grande. Abandonó la tierra y se
compró ropa fi na y un buen caballo con el que iba a visitar a los vecinos y
parientes, que no daban crédito al cambio y empezaban a sospechar de tan
repentino enriquecimiento. El campesino, viéndose acosado a preguntas, confesó
la verdad.
Pero un vecino con el que andaba en pleitos por unas lindes dijo que se la
había encontrado en lo suyo y le exigía que se la entregara o que, al menos, se
la dejara por un tiempo hasta que se resolviese el asunto por el que pleiteaban.
Como no se ponían de acuerdo fueron al juez quien, al enterarse de los prodigios
que obraba la orza, dictó sentencia en términos inapelables: él se quedaría
con la orza hasta que uno de los dos pleiteantes muriese. En ese momento se
la entregaría en propiedad al que sobreviviese. Y dio por terminado el pleito.
Con el juez, hombre austero y frugal en las comidas, vivía su padre, un viejecito
casi hueco que siempre estaba lampando. Al ver la orza con una moneda
dentro preguntó qué era aquello, pero el juez se limitó a advertirle que no se
acercara a la orza y le amenazó con recortarle la comida si se atrevía a tocarla.
Más le hubiera valido no decirle nada, pues a partir de ese momento el viejo no
se apartaba del tiesto haciendo cábalas del misterio que encerraría para que su
hijo hubiese montado ese dispositivo alrededor de un objeto tan poco vistoso.
Una mañana que había conseguido escamotear un trozo de tocino se sentó
junto a la orza a ordeñarlo con ayuda del único diente que le quedaba con tan
mala fortuna que se le cayó dentro. En el fuego, las lentejas del almuerzo a su
cargo se iban cociendo a fuego lento. El pobre viejo, temiendo las consecuencias
que podría acarrearle su desliz acercó una silla y se introdujo en la orza
pero, bien fuese porque tenía las manos llenas de grasa o porque la fl ojera
provocada por la cuaresma a que le tenía sometido el juez no le permitía fl o-
Lectura y Familia
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