Lectura y familia.indd - Consejo Escolar de la Región de Murcia

La lectura: un auténtico placer
gable, del que debemos “aprovecharnos” los padres —los abuelos, los profesores—
para que nuestros hijos —o nuestros nietos, nuestros alumnos— encuentren
en ella las respuestas a todas y cada una de las dudas que se nos van presentando
en la vida. Es nuestra responsabilidad: tenemos que ir introduciéndolos en los
secretos de este mundo tan poliédrico y fabuloso que viven en los libros.
Desde el principio de los tiempos, cuando la lectura era colectiva y oral,
los hombres del pueblo, analfabetos, disfrutaban oyendo las lecturas en voz
alta. Así conocieron la Biblia, o las vidas de los santos, las peripecias de los
caballeros, los sucesos de la historia… El enorme éxito popular de la Celestina
o del Quijote se debe indudablemente a que se leía en voz alta en patios de
vecinos, en mesones y posadas, en tertulias de amigos… Se leía y se comentaban,
imagino, los sucedidos y avatares de los personajes. Dentro del propio
Quijote tenemos un ejemplo de lectura colectiva: el cura Pero Pérez lee a un
grupo de gente, en la venta de Palomeque, la novela El curioso impertinente 9 ,
aquella historia de dos amigos llamados Lotario y Anselmo, y de la esposa de
éste, Camila. Anselmo, dominado por una imprudente y malsana curiosidad,
le pide a su amigo Lotario que trate de enamorar a Camila, para saber si ella
se mantiene fi el o se deja seducir. Al principio, Camila rechaza indignada las
pretensiones de Lotario, y Anselmo se siente muy orgulloso y satisfecho de
la fi delidad de su mujer; pero, ay, decide el imprudente marido que Lotario
insista. Tanto insistir, y con tan buenas artes, que al fi nal Lotario y Camila se
convierten en amantes, mientras Anselmo continúa convencido de la lealtad de
ambos. Una circunstancia imprevista hace, sin embargo, que se descubra toda
la verdad. Y llega el desastre: Camila huye de su casa, y Anselmo muere de
tristeza. ¿Cómo no estar interesados en un enredo semejante? El propio cura
entendía que a todos daría gusto, y él le recibiría… escribe Cervantes. Era un
auténtico placer para aquellos personajes cervantinos oír las historias de amores
y desamores, el mismo que sentirían las gentes de carne y hueso al oír las
disparatadas historias de Don Quijote, ese personaje estrafalario y ridículo que
parodiaba a los caballeros andantes. Se reirían y se emocionarían y comentarían
todos los vericuetos de la historia. ¡Qué buenos ratos pasarían, sin duda!
En el siglo XVIII la lectura deja de ser un hábito colectivo, casi limitado al
mundo religioso y se empieza a secularizar, a extenderse, a hacerse individual.
9 CERVANTES, Miguel de, Don Quijote de la Mancha, Espasa Calpe, Madrid, 1967.
Capítulo XXXIII, pp. 244 ss.
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