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emociones –técnicamente denominadas “expectativas”– que <strong>re</strong>mueven<br />
las campañas electorales, sin dejar de lado el espectro de sentimientos<br />
producidos al<strong>re</strong>dedor del “miedo” que sustentan una confi guración sociocultural<br />
de época y vertebran también discursos y políticas conservado<strong>re</strong>s<br />
acerca del Estado intervencionista e intrusivo.<br />
En Zavaleta Mercado no fueron ajenas las f<strong>re</strong>cuentes alusiones a las<br />
condiciones de existencia y vida, que llegando a <strong>re</strong>basar ciertos umbrales<br />
se traducen en un “malestar” más o menos generalizado, y en momentos<br />
de crisis cobijan la efervescencia de las masas. Hacia fi nales de los años<br />
sesentas, ZM <strong>re</strong>currió a “la cólera de los mineros” (1965) 17 para intitular<br />
su colaboración en un semanario uruguayo desde donde analizaba la<br />
ofensiva militar contra el sindicalismo ob<strong>re</strong>ro que en aquel año tuvo<br />
ent<strong>re</strong> los acontecimientos más trágicos “la masac<strong>re</strong> de San Juan” que<br />
consumó la ocupación del campamento minero Llallagua-Siglo XX, en<br />
mayo de 1965. A la cólera provocada durante y tras la ocupación por las<br />
tropas, siguieron la solidaridad y la protesta mostradas por unas t<strong>re</strong>inta<br />
mil personas que enterraron al casi centenar de muertos en la noche de<br />
San Juan –un número parcial debido a que el ejército desapa<strong>re</strong>ció muchos<br />
cuerpos– (Dunkerley, 2003:189). Dicha emoción, para Zavaleta, informaba<br />
al sujeto colectivo tanto cuanto porque el acontecimiento quedaría<br />
asimilado a la trayectoria de lucha por la defensa del sindicalismo minero,<br />
como porque ahí el duelo se asimilaría en una historia de la autodeterminación<br />
ob<strong>re</strong>ra. Lo importante en el contenido emocional de la acción<br />
colectiva (en tanto trayectoria e historia propias) fue que el enojo y el<br />
coraje movilizaron una postura moral f<strong>re</strong>nte a la masac<strong>re</strong>, y se deslizaron<br />
como una estructura afectiva que se conforma en conocimiento social y<br />
político. ZM articulaba series discontinuas de pathos, como en la céleb<strong>re</strong><br />
frase (<strong>re</strong>cordada por Jorge Mansilla/Coco Manto en este libro) que da<br />
inicio a “Las masas en noviemb<strong>re</strong>” (1983): “El <strong>re</strong>ncor sirve de poco. En<br />
<strong>re</strong>alidad, no sirve de nada, o sea: el <strong>re</strong>ncor no conoce ni aun cuando sea<br />
él mismo legítimo” (1983:11).<br />
Habrá que decir que al <strong>re</strong>dactar este brillante estudio sob<strong>re</strong> la acción<br />
de masas, ZM subrayaba el poder específi co de éstas en la defensa del<br />
espacio democrático (<strong>re</strong>p<strong>re</strong>sentativo) –eran, entonces, “masas” traducidas<br />
sin imposturas en “sociedad boliviana”– f<strong>re</strong>nte a otro certero golpe de<br />
Estado, en noviemb<strong>re</strong> del año 1979, de Natusch Bush, y su prosecución<br />
en 1980, con el de García Mesa. En ese escrito, como en el conjunto<br />
17 Agradezco a Alma Reyles el haberme facilitado una copia del artículo; citado también<br />
en Tapia, 2002:439.<br />
206 MAYA AGUILUZ IBARGÜEN