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Hablamos de nuestros hijos, de nuestros hoga<strong>re</strong>s, del desanclaje familiar,<br />
de las causas del exilio y de nuestra condición de exiliados; tocamos, en<br />
fi n, el magma de nuestras vivencias acumuladas en el curso ir<strong>re</strong>versible<br />
de los años.<br />
Ese diálogo fue el <strong>re</strong>sumen de un p<strong>re</strong>térito cumplido en líneas paralelas.<br />
Al hablar del país, hablábamos de su imagen lejana. René <strong>re</strong>sumía<br />
uno y otro episodio de nuestra historia; evocaba el heroísmo y las<br />
fl aquezas de nuestro pueblo; sus efímeros momentos de victoria y sus<br />
prolongados periodos de op<strong>re</strong>sión y derrota. Hablamos de sus dirigentes<br />
y demagogos, de sus traido<strong>re</strong>s y apostatas, de sus héroes con y sin tumba<br />
conocida. En su memoria veloz surgían los gobiernos, las instituciones y<br />
las cosas; los paisajes, la música, los combates de abril de 1952, agosto<br />
de 1971 y noviemb<strong>re</strong> de 1979. El diálogo nos arrastraba a los ríos profundos<br />
del infortunio nacional. Las guerras y los desast<strong>re</strong>s, el Chaco, las<br />
huelgas y las masac<strong>re</strong>s, la <strong>re</strong>p<strong>re</strong>sión cada día más <strong>re</strong>fi nada, la miseria del<br />
pueblo y la pob<strong>re</strong>za endémica del Estado, lo que podría sob<strong>re</strong>venir. La<br />
vida del país, cernida en nuestras suposiciones y certidumb<strong>re</strong>s, nos orillaba<br />
a hablar inevitablemente de los partidos políticos, de los milita<strong>re</strong>s,<br />
dictado<strong>re</strong>s o marionetas, de los trabajado<strong>re</strong>s y de los sindicatos, de las<br />
luchas <strong>re</strong>gionales y los movimientos étnicos, de nuestras ta<strong>re</strong>as y de las<br />
de otros. En fi n, hablamos de innumerables cosas, hablamos de todo lo<br />
que en pocas horas pueden conjuntar el <strong>re</strong>cuerdo, la experiencia vivida<br />
y la esperanza.<br />
Cuando vimos la línea luminosa del horizonte caribeño comp<strong>re</strong>ndimos<br />
que debíamos callar. En el diálogo habíamos vivido como prolongación<br />
del país lejano. Con desaliento para tomar aliento, marginamos la<br />
memoria de una conversación que había acabado sin terminar. Entonces,<br />
al rayar el alba, cuando las sombras abandonaban el ai<strong>re</strong> de la mañana,<br />
lo vi lejano, ausente, lo vi como a una campana majestuosa que hubiera<br />
acabado de tañer. René volvía a su soledad y yo a la mía. Quizás en ese<br />
instante el mal le lancinaba con su acoso ir<strong>re</strong>f<strong>re</strong>nable.<br />
La última vez que nos vimos fue en la calle, <strong>re</strong>spirando el ai<strong>re</strong> turbio<br />
de una <strong>re</strong>zagada mañana invernal de 1984. Me dijo que vivía a pocas cuadras<br />
de mi casa. En esa mañana fría y sombría buscaba un teléfono para<br />
comunicarse con Bolivia. Hablamos de las frustraciones de la Unidad<br />
Democrática y Popular (UDP), de la poca importancia que se le daba a<br />
la unidad en el gobierno, de la vorágine infl acionaria, del enf<strong>re</strong>ntamiento<br />
de los trabajado<strong>re</strong>s mineros con el gobierno en el manejo estatal de la<br />
minería. Me avisó que p<strong>re</strong>paraba su <strong>re</strong>torno a Bolivia para quedarse. Los<br />
MEMORIA EN LOS CAMINOS A BAYAMO<br />
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