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tasa de interés debe fi jarse en un 4% o en un 5%. Pero p<strong>re</strong>tender suprimir<br />
el interés es algo que no se debe ni puede discutir. Hacerlo, sería hasta<br />
tonto y ridículo. Con los salarios sucede algo pa<strong>re</strong>cido. Se pueden discutir<br />
tales o cuales variaciones porcentuales, pero no avanzar al examen de su<br />
naturaleza más esencial y, en consecuencia, a discutir las condiciones de<br />
su posible abolición. En términos generales, sucede algo semejante con<br />
todas las variables más decisivas del sistema social: se manejan como<br />
parámetros ir<strong>re</strong>movibles. La <strong>re</strong>sultante fi nal es muy clara: las bases o<br />
fundamentos del sistema se pasan a considerar como algo intocable. Es<br />
el triunfo del conservadurismo más ext<strong>re</strong>mo y de la moral benthamiana:<br />
cada cual debe velar por sus inte<strong>re</strong>ses egoístas, y de los demás, que se<br />
p<strong>re</strong>ocupe el diablo o el buen dios. Es decir, cuando me desp<strong>re</strong>ocupo de lo<br />
que sucede con los demás y me encierro en lo mío, no hago sino aceptar<br />
el orden dado y vigente. Acepto sus consecuencias y sólo puedo esperar<br />
–y buscar– el mejor acomodo posible que ese marco pudiera proporcionarme.<br />
Al cabo, internalizo la moral del esclavo ya sumiso y derrotado:<br />
ese marco fi jo lo c<strong>re</strong>o condición de mi seguridad personal y cualquier<br />
afán de transformarlo se entiende como un salto al vacío, como algo que<br />
niega mi actual condición humana. Esta pudiera ser muy triste, pero no<br />
hay de otra.<br />
Como vemos, existen múltiples facto<strong>re</strong>s que apuntan a la fragmentación<br />
y alienación de la conciencia social. Algunos brotan espontáneamente<br />
de la coseidad (o cosifi cación fetichista) de las <strong>re</strong>laciones sociales<br />
mercantiles; otras, <strong>re</strong>sponden claramente a una voluntad político-ideológica<br />
de justifi cación y enmascaramiento de ciertas prácticas. Como sea,<br />
por angas o por mangas, se produce un doble efecto: i) la concentración<br />
más o menos exclusiva de la atención en lo que es parte o microespacio,<br />
dejando de lado el marco global en que tal parte se sitúa; ii) una visión<br />
que entiende a la <strong>re</strong>alidad, en sus aspectos más decisivos, como un algo<br />
que es fi jo e inmutable. La consecuencia, a su vez, es muy nítida: pierdo<br />
capacidad para impulsar el cambio y, peor aún, paso a pensar que<br />
éste es imposible. En este contexto, cualquier fi losofía que maneje un<br />
determinado afán totalizador tiende a diluirse, a perder interés. Pero si,<br />
además, esa fi losofía subraya la vitalidad de los confl ictos y el cambio<br />
de lo <strong>re</strong>al, como es el caso de la hegeliana, amén de “poco inte<strong>re</strong>sante”<br />
se entenderá como políticamente peligrosa, subversiva, digna, por ende,<br />
de ser enterrada bajo siete llaves.<br />
RECUPERAR A HEGEL<br />
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