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ensayos_testimonios_y_re-visiones

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y un dolor excesivos. Los homb<strong>re</strong>s, viven como transeúntes que una y<br />

otra vez son atropellados y mutilados, en cada esquina, en cada ve<strong>re</strong>da.<br />

Gritan, se quejan, <strong>re</strong>zan a un Dios que saben ya no existe. Al cabo, pa<strong>re</strong>cieran<br />

<strong>re</strong>signados: no existen otros mundos, ni siquiera como posibilidad.<br />

Tal es la <strong>re</strong>alidad subjetiva.<br />

En este contexto, ¿qué nos of<strong>re</strong>ce la dialéctica? Según Marx, “en<br />

la inteligencia y explicación positiva de lo que existe abriga a la par<br />

la inteligencia de su negación, de su muerte forzosa; porque, crítica y<br />

<strong>re</strong>volucionaria por esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno<br />

movimiento, sin omitir, por tanto, lo que tienen de pe<strong>re</strong>cedero y sin dejarse<br />

intimidar por nada” 92 . Otro comentarista ha escrito: “la fi losofía<br />

evolutiva de Hegel no tolera que ninguna institución haga de su larga<br />

existencia anterior un título de de<strong>re</strong>cho a favor de su pervivencia posterior”<br />

93 .<br />

Debemos subrayar: i) “inteligencia de lo que existe”; ii) por lo tanto,<br />

“inteligencia de su necesaria superación”. Lo cual supone fuerza social<br />

y conocimiento. Un saber que va al encuentro de esa fuerza y una fuerza<br />

que exige ese conocimiento. Ambos impulsos, como condición de supervivencia<br />

y de superación histórica. En el mundo de hoy, la llamada “postmodernidad”<br />

se yergue como un letal asalto de la sinrazón que arrincona<br />

y descompone a las ciencias sociales. A la vez, las clases potencialmente<br />

a los árboles: “¿Pero qué mejor metafísica que la suya,/ que es la de no saber para<br />

qué viven / ni saber que no lo saben?”. O bien, en autoconfesión: “¿Qué pienso yo<br />

del mundo? ¡Qué sé yo lo que pienso del mundo! Si enfermara, pensaría en ello”.<br />

También, muy escandalosamente, nos señala: “mis pensamientos son todos sensaciones.<br />

/ Pienso con los ojos y con los oídos / y con las manos y los pies / y con la<br />

nariz y la boca”. Que este poeta escriba tamaña barbaridad conceptual, se puede<br />

explicar y comp<strong>re</strong>nder: es su <strong>re</strong>acción f<strong>re</strong>nte a un mundo –su mundo– que se desmorona<br />

y pierde sentido. También es su incapacidad y más bien falta de deseos para<br />

integrarse a la cultura burguesa per se. De aquí esa melancolía por lo espontáneo.<br />

O esa especie de <strong>re</strong>beldía algo roussoneana que esgrime f<strong>re</strong>nte a un patrón cultural<br />

que le sabe a cárcel, a veneno paralizante. Pero que esta sensación sea compartida<br />

o manejada hoy, por el mismo mundo del trabajo, es algo que ya <strong>re</strong>sulta de mucho<br />

más difícil explicación. En corto: que los potenciales sujetos o agentes sociales que<br />

deberían encabezar la construcción de un nuevo mundo, asuman la perspectiva de<br />

la decadencia conservadora, nos marca una incohe<strong>re</strong>ncia o inadecuación mayor. Es<br />

decir, nos mide el tamaño de la alienación colectiva. Los versos de Pessoa son de<br />

Poesías de Alberto Caeiro, Valencia, P<strong>re</strong>-textos, 1997.<br />

92 C. Marx, El Capital, tomo I, prólogo a la segunda edición, México, FCE, 1973, p.<br />

XXIV.<br />

93 G. Lukács, El joven Hegel y los problemas de la sociedad capitalista, p. 517. op. cit.<br />

RECUPERAR A HEGEL<br />

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