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<strong>El</strong> exorcista<br />
CAPÍTULO QUINTO<br />
William Blatty<br />
En la tibia y ver<strong>de</strong> <strong>de</strong>presión <strong>de</strong>l “campus”, Damien Karras corría por<br />
una pista ovalada <strong>de</strong> greda, vistiendo pantalones cortos color caqui y una<br />
camisa <strong>de</strong> algodón, empapada en sudor, que se adhería a su cuerpo. Frente<br />
a él, sobre un montículo, la cúpula, color blanco calizo, <strong>de</strong>l observatorio, latía<br />
al ritmo <strong>de</strong> su paso.<br />
Detrás <strong>de</strong> él, la Facultad <strong>de</strong> Medicina se <strong>de</strong>svanecía en medio <strong>de</strong>l polvillo<br />
que levantaba en su carrera.<br />
Des<strong>de</strong> que lo habían relevado <strong>de</strong> sus funciones, venía allí diariamente.<br />
Recorría kilómetros dando vueltas y vueltas, en persecución <strong>de</strong>l sueño. Casi<br />
lo había conseguido; casi había mitigado el zarpazo <strong>de</strong>l dolor que le marcara<br />
el corazón como un profundo tatuaje.<br />
Ahora le dolía menos.<br />
“Veinte vueltas”...<br />
Mucho menos...<br />
“¡Más! ¡Dos más!”<br />
Mucho menos...<br />
Sintiendo como pinchazos en los fuertes músculos <strong>de</strong> sus piernas, que<br />
se balanceaban con gracia felina, Karras, al doblar una curva, notó que había<br />
alguien sentado en el banco don<strong>de</strong> <strong>de</strong>jara su toalla, el jersey y los<br />
pantalones: un hombre <strong>de</strong> mediana edad, con un abrigo poco elegante y<br />
<strong>de</strong>formado sombrero <strong>de</strong> fieltro. Parecía estar mirándolo a él. ¿Lo estaba?<br />
Sí... su cabeza se movió al pasar Karras.<br />
Al entrar en la vuelta final aceleró, y sus fuertes pisadas hicieron vibrar<br />
la tierra; luego disminuyó la velocidad hasta pasar, ja<strong>de</strong>ante, frente al<br />
banco, sin mirar siquiera, con ambas manos apretadas contra los<br />
estremecidos muslos. Sus <strong>de</strong>sarrollados músculos torácicos y trapecios se<br />
elevaban, le estiraban la camisa y le <strong>de</strong>formaban la palabra “Filósofos”,<br />
impresa en la parte <strong>de</strong>lantera con letras que, en su día, fueron negras, pero<br />
que, a fuerza <strong>de</strong> lavados, se veían ahora grisáceas.<br />
<strong>El</strong> hombre, embutido en su abrigo, se puso <strong>de</strong> pie y se acercó a él.<br />
—¿<strong>El</strong> padre Karras? -dijo el teniente Kin<strong>de</strong>rman.<br />
<strong>El</strong> sacerdote se volvió, lo saludó con un leve movimiento <strong>de</strong> cabeza y<br />
entornó los ojos para protegerlos <strong>de</strong>l sol, mientras esperaba que Kin<strong>de</strong>rman,<br />
a quien le hizo un gesto para que lo siguiera, llegara a su altura.<br />
—¿No le molesta? Si no, voy a quedar entumecido -ja<strong>de</strong>ó.<br />
—En absoluto -dijo el <strong>de</strong>tective, asintiendo sin entusiasmo, al tiempo<br />
que se metía las manos en los bolsillos. La caminata <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong><br />
aparcamiento lo había cansado.<br />
—¿Nos conocemos? -preguntó el jesuita.<br />
—No, padre. Pero me han dicho que usted parecía un boxeador; unos<br />
curas en la resi<strong>de</strong>ncia, no me acuerdo quiénes.<br />
—Sacó su billetera. -Me olvido fácilmente <strong>de</strong> los nombres.<br />
—¿Cuál es el suyo?