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<strong>El</strong> exorcista<br />
William Blatty<br />
—No, señora -contestó él en el mismo tono. Envolvía cubitos <strong>de</strong> hielo en<br />
una toalla-. No, yo no he puesto ningún crucifijo.<br />
—“¡Pero no ha podido entrar andando! ¡Uno <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s miente!” -Su<br />
voz atronaba la estancia-. “¡Me van a <strong>de</strong>cir quién lo puso ahí, quién...!”<br />
-Bruscamente se hundió en un sillón y empezó a llorar sobre sus temblorosas<br />
manos-. ¡Perdón, perdón, no sé lo que digo! -lloró-. ¡Oh, Dios mío, no sé lo<br />
que digo!<br />
Willie y Karl observaron en silencio cómo Sharon se acercaba a ella y le<br />
acariciaba el cuello con una mano.<br />
—Está bien, está bien...<br />
Chris se secó la cara con la manga.<br />
—Sí, supongo que el que lo haya puesto lo habrá hecho con buena<br />
intención.<br />
—“Mire, se lo digo nuevamente, y le aconsejo que me crea: ¡no la voy a<br />
meter en ninguna casa <strong>de</strong> salud!”<br />
—“Es”...<br />
—“¡No me importa cómo lo llame usted! ¡No la voy a tener lejos <strong>de</strong> mí!”<br />
—“Bueno, lo lamento mucho”.<br />
—“Sí, ¡laméntelo! ¡Oh, Dios! ¡Ochenta y ocho médicos y lo único que me<br />
pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>cir es...!”<br />
Chris encendió un cigarrillo, lo aplastó nerviosamente en el cenicero y<br />
subió a ver a Regan. Abrió la puerta. En la penumbra <strong>de</strong> la habitación<br />
distinguió una figura junto a la cama, sentada en una silla <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong><br />
respaldo recto. Karl. ¿Qué estaba haciendo? -se preguntó. Al acercarse Chris,<br />
él no levantó la vista, sino que la mantuvo fija en la cara <strong>de</strong> la niña. La<br />
tocaba con un brazo extendido. ¿Qué tenía en la mano? Cuando Chris llegó<br />
junto a la cama, vio lo que era: la toalla con el hielo, que había preparado en<br />
la cocina; refrescaba la frente <strong>de</strong> Regan. Conmovida, se quedó mirando<br />
extrañada, y cuando vio que Karl no se movía ni <strong>de</strong>mostraba haber advertido<br />
su presencia, dio media vuelta y abandonó la habitación. Fue a la cocina,<br />
tomó café cargado y se fumó otro cigarrillo. Luego, siguiendo un impulso, se<br />
dirigió al estudio. Quizá... quizá...<br />
—...“una remota posibilidad a lo sumo, ya que la posesión está<br />
vagamente relacionada con la histeria por el hecho <strong>de</strong> que el origen <strong>de</strong>l<br />
síndrome es casi siempre la autosugestión. Su hija tiene que haber conocido<br />
la posesión, creído en ella y conocido algunos <strong>de</strong> sus síntomas, <strong>de</strong> modo que<br />
ahora su subconsciente formaría el síndrome.<br />
Si es posible establecer eso, se pue<strong>de</strong> intentar una forma <strong>de</strong> cura por<br />
autosugestión. En estos casos, yo sería partidario <strong>de</strong>l tratamiento por shock,<br />
aunque supongo que la mayoría <strong>de</strong> mis colegas no estarían <strong>de</strong> acuerdo. Bien,<br />
le repito que es una posibilidad remota, y ya que usted se opone a que<br />
internemos a su hija, voy”...<br />
—“¡Dígame el nombre, por Dios! ¿Qué es?”<br />
—“¿Ha oído hablar alguna vez <strong>de</strong> exorcismo, mistress MacNeil?”<br />
Los libros que había en el <strong>de</strong>spacho formaban parte <strong>de</strong> la <strong>de</strong>coración, y<br />
Chris no los había hojeado nunca. Ahora los examinaba, y buscaba,<br />
buscaba...