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<strong>El</strong> exorcista<br />
William Blatty<br />
Aquella i<strong>de</strong>a le hizo pestañear mientras sostenía su mirada. Luego bajó<br />
los ojos.<br />
—Sí..., sí -murmuró-. Eso es importante. -La tristeza y la impresión por<br />
la muerte <strong>de</strong> Karras se habían asentado sobre su espíritu como una<br />
melancólica niebla. Sin embargo, a través <strong>de</strong> aquella niebla vislumbraba un<br />
rayito <strong>de</strong> luz, y trató <strong>de</strong> enfocarlo al acordarse <strong>de</strong> Dyer cuando la acompañó<br />
hasta el coche en el cementerio, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l entierro <strong>de</strong> Karras.<br />
—“¿Pue<strong>de</strong> venir un rato a casa?” -le había preguntado ella.<br />
—“Me gustaría, pero no me puedo per<strong>de</strong>r la fiesta” -contestó él. Chris<br />
quedó sorprendida. “Cuando se muere un jesuita” -le explicó Dyer- “hacemos<br />
siempre una fiesta. Para él es un comienzo; por eso lo celebramos”.<br />
Había otra cosa que preocupaba a Chris.<br />
—Usted dijo que el padre Karras tenía un problema <strong>de</strong> fe.<br />
Dyer asintió.<br />
—No puedo creerlo -dijo ella-. Nunca en mi vida he visto tal fe.<br />
—<strong>El</strong> coche espera, señora.<br />
Chris emergió <strong>de</strong> sus recuerdos.<br />
—Gracias, Karl. -<strong>El</strong>la y Dyer se levantaron-. No; qué<strong>de</strong>se usted, padre.<br />
En seguida bajo. Sólo voy arriba a buscar a Rags.<br />
Él asintió con aire abstraído, mientras la veía alejarse. Pensaba en lo<br />
<strong>de</strong>sconcertantes que fueron las últimas palabras <strong>de</strong> Karras, en los gritos que<br />
se habían oído <strong>de</strong>s<strong>de</strong> abajo antes <strong>de</strong> su muerte. Había algo allí. ¿Qué era? No<br />
lo sabía.<br />
Los recuerdos <strong>de</strong> Chris y Sharon habían sido imprecisos. Pero ahora<br />
volvió a pensar en aquella misteriosa mirada <strong>de</strong> alegría que viera en los ojos<br />
<strong>de</strong> Karras. Y, <strong>de</strong> repente, se acordó <strong>de</strong> algo más: había observado un fulgor<br />
intenso y profundo, como <strong>de</strong>... ¿triunfo? No estaba seguro, pero,<br />
extrañamente, se sintió más aliviado. ‘¿Por qué?’, se preguntó.<br />
Caminó hasta el vestíbulo. Con las manos en los bolsillos, se apoyó<br />
contra el marco <strong>de</strong> la puerta y vio cómo Karl metió el equipaje en el coche.<br />
Se secó la frente húmeda y cálida, y luego se volvió al oír ruido <strong>de</strong> pasos en<br />
la escalera.<br />
Chris y Regan, <strong>de</strong> la mano. Se acercaron a él. Chris lo besó en la<br />
mejilla. Luego le puso una mano en el lugar en que lo había besado,<br />
son<strong>de</strong>ando cariñosamente sus ojos.<br />
—Está bien -dijo él, encogiéndose <strong>de</strong> hombros-. Me parece que todo<br />
está bien.<br />
<strong>El</strong>la asintió.<br />
—Lo llamaré <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Los Ángeles. Cuí<strong>de</strong>se.<br />
Dyer miró a Regan, que fruncía el ceño, como si recordara <strong>de</strong> pronto<br />
algo olvidado. Impulsivamente le alargó los brazos. Él se inclinó, y ella lo<br />
besó. Después se quedó un momento inmóvil, mirándolo <strong>de</strong> forma extraña.<br />
Pero no a él, sino a su alzacuello.<br />
—Vamos -dijo con voz ronca, tomando <strong>de</strong> la mano a Regan-.<br />
Llegaremos tar<strong>de</strong>, querida. Vamos.<br />
Dyer las observó mientras se iban. Devolvió con la mano el saludo <strong>de</strong><br />
Chris. Vio que ella le mandaba un beso y, rápidamente, se metió en el coche