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El Exorcista de WILLIAM BLATTY

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<strong>El</strong> exorcista<br />

Irak <strong>de</strong>l norte<br />

PRÓLOGO<br />

William Blatty<br />

<strong>El</strong> ardiente sol hacía brotar gotas <strong>de</strong> sudor <strong>de</strong> la frente <strong>de</strong>l viejo, pese a<br />

lo cual, éste cubrió con sus manos la taza <strong>de</strong> té humeante y dulce, como si<br />

quisiera calentárselas. No podía <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> la premonición. La llevaba<br />

adherida a sus espaldas como frías hojas húmedas.<br />

La excavación había terminado.<br />

<strong>El</strong> informe había sido revisado cuidadosamente, paso por paso; el<br />

material, extraído, observado, rotulado y <strong>de</strong>spachado: perlas y collares,<br />

cuños, falos, morteros <strong>de</strong> piedra molida manchados <strong>de</strong> color ocre, ollas<br />

pulidas. Nada excepcional. Una caja asiria <strong>de</strong> marfil, para productos <strong>de</strong><br />

tocador. Y el hombre. Los huesos <strong>de</strong>l hombre.<br />

Los quebradizos restos <strong>de</strong>l tormento cósmico que una vez le hicieron<br />

preguntarse si la materia no sería Lucifer que volvía en busca <strong>de</strong> Dios hacia<br />

arriba, a tientas. Y, sin embargo, ahora sabía que no era así. La fragancia <strong>de</strong><br />

las plantas <strong>de</strong> regaliz y tamarisco atraía su mirada hacia las colinas cubiertas<br />

<strong>de</strong> amapolas, hacia las llanuras <strong>de</strong> juncos, hacia el camino irregular<br />

sembrado <strong>de</strong> rocas que se precipitaba en pendiente hacia el abismo.<br />

Al norte estaba Mosul; al Este, Erbil; al Sur, Bagdad, Kirkuk y el<br />

ardiente horno <strong>de</strong> Nabucodonosor. Movió las piernas <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la mesa que<br />

estaba frente a la solitaria choza, junto al camino, y miró las manchas <strong>de</strong> la<br />

hierba en sus botas y en sus pantalones color caqui. Sorbió el té. La<br />

excavación había terminado. ¿Qué vendría ahora? Quiso sacudirse el polvo<br />

<strong>de</strong> sus pensamientos como lo hacía con los tesoros inanimados, pero no<br />

pudo or<strong>de</strong>narlos.<br />

Alguien ja<strong>de</strong>aba en el interior <strong>de</strong> la “chayjana” (así llamaban a aquellas<br />

malolientes chozas). <strong>El</strong> arrugado propietario se acercaba a él arrastrando los<br />

pies, levantando polvo con sus zapatos, <strong>de</strong> fabricación rusa, que usaba como<br />

si fueran chinelas, haciendo gemir los contrafuertes bajo el peso <strong>de</strong> sus<br />

talones. Su sombra oscura se <strong>de</strong>slizó sobre la mesa.<br />

—“¿Kaman chay, chawaga?”<br />

<strong>El</strong> hombre vestido <strong>de</strong> color caqui negó con un movimiento <strong>de</strong> cabeza y<br />

bajó la vista hacia sus zapatos embarrados y sin cordones, cubiertos por una<br />

gruesa capa <strong>de</strong> <strong>de</strong>yecciones geológicas, <strong>de</strong>l dolor <strong>de</strong> vivir. La sustancia <strong>de</strong>l<br />

cosmos, reflexionó calladamente: materia, pero, <strong>de</strong> algún modo, espíritu al<br />

fin. <strong>El</strong> espíritu y los zapatos eran, para él, sólo aspectos <strong>de</strong> un elemento más<br />

importante, prístino y totalmente distinto.<br />

La sombra se movió. <strong>El</strong> curdo se quedó esperando como una vieja<br />

<strong>de</strong>uda. <strong>El</strong> hombre vestido <strong>de</strong> color caqui clavó la mirada en unos ojos<br />

húmedos y <strong>de</strong>steñidos, como si el iris estuviera velado por la membrana <strong>de</strong><br />

una cáscara <strong>de</strong> huevo.<br />

Glaucoma. Antes no hubiera podido querer a este hombre.

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