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El Exorcista de WILLIAM BLATTY

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<strong>El</strong> exorcista<br />

William Blatty<br />

hoteluchos, en mil <strong>de</strong>spertares <strong>de</strong> sueños agitados, ahogando el llanto ante<br />

la belleza perdida.<br />

—¡Vamos, dile que se vaya a la porra! -tronó una áspera voz masculina<br />

en el interior. Confusa.<br />

<strong>El</strong> novio.<br />

La muchacha volvió rápidamente la cabeza y le espetó:<br />

—¡Cállate, estúpido, es papá! -Luego se dirigió a Karl-. Está borracho,<br />

papá. Lo mejor es que no entres.<br />

Karl asintió.<br />

Los estragados ojos <strong>de</strong> la hija <strong>de</strong>scendieron hasta la mano <strong>de</strong> Karl, que<br />

se buscaba la cartera en el bolsillo <strong>de</strong> atrás.<br />

—¿Cómo está mamá? -le preguntó, mientras succionaba el cigarrillo,<br />

con la vista clavada en las manos que hurgaban en la billetera, en las manos<br />

que contaban billetes <strong>de</strong> diez dólares.<br />

—Está bien -asintió Karl, conciso-, está bien.<br />

Cuando le entregó el dinero, ella empezó a toser como si fuera a<br />

<strong>de</strong>shacerse. Se tapó la boca con una mano.<br />

—¡Esta porquería <strong>de</strong> tabaco! -exclamó, sofocada.<br />

Karl vio las marcas <strong>de</strong> los pinchazos en su brazo.<br />

—Gracias, papá.<br />

Le arrebató el dinero <strong>de</strong> las manos.<br />

—¡Acaba <strong>de</strong> una vez! -gruñó el novio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el interior.<br />

—¡Bueno, papá, adiós! Ya sabes cómo se pone él.<br />

—¡<strong>El</strong>vira...! -Karl había metido la mano por la abertura, agarrándole la<br />

muñeca-. ¡Han puesto una clínica en Nueva York! -le susurró implorante.<br />

<strong>El</strong>la hacía muecas y trataba <strong>de</strong> zafarse.<br />

—¡Vamos, déjame!<br />

—¡Te los mandaré! ¡<strong>El</strong>los te ayudarán! ¡No irás a la cárcel! Es...<br />

—¡Por Dios, “vamos, papá”! -chilló, liberándose, al fin, <strong>de</strong> su mano.<br />

—¡No, no, por favor! Es...<br />

Le cerró la puerta en la cara. En el oscuro vestíbulo, en la alfombrada<br />

tumba <strong>de</strong> sus expectativas, Karl se quedó mirando la puerta en silencio, y<br />

luego inclinó la cabeza, lleno <strong>de</strong> mudo dolor. Des<strong>de</strong> el interior <strong>de</strong>l<br />

apartamento llegaba una conversación ahogada. Luego, una fuerte carcajada<br />

cínica <strong>de</strong> mujer, seguida <strong>de</strong> una tos convulsa. Al volverse sintió el repentino<br />

aguijonazo <strong>de</strong> un sobresalto, pues frente a él se hallaba el teniente<br />

Kin<strong>de</strong>rman, que le cerraba el paso.<br />

—Tal vez ahora podamos charlar, señor Engstrom -ja<strong>de</strong>ó, con las manos<br />

metidas en los bolsillos <strong>de</strong>l abrigo y con ojos tristes-. Quizá podamos charlar<br />

ahora -repitió.

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