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<strong>El</strong> exorcista<br />
CAPÍTULO PRIMERO<br />
William Blatty<br />
La llevaron hasta su última morada en el atestado cementerio, don<strong>de</strong> las<br />
lápidas imploraban vida.<br />
La misa había sido solitaria, como su misma existencia. Sus hermanos<br />
<strong>de</strong> Brooklyn. <strong>El</strong> comerciante <strong>de</strong> la esquina que le fiaba. Al ver cómo la<br />
bajaban y la metían en la oscuridad <strong>de</strong> un mundo sin ventanas, Damien<br />
Karras lloró con una pena que, durante largo tiempo, había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> lado.<br />
—Vamos, Dimmy, Dimmy...<br />
Un tío suyo le pasó el brazo alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l hombro.<br />
—No importa, ahora está en el cielo, Dimmy. Es feliz.<br />
“¡Oh, Dios, que sea así! ¡Ah, Dios! ¡Por favor! ¡Oh, Dios, que sea así!”<br />
Esperaron en el coche mientras él permanecía un rato junto a la tumba.<br />
No podía soportar la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que se quedaría sola.<br />
En el camino hacia la ‘Estación Pennsylvania’, oyó a sus tíos hablar <strong>de</strong><br />
sus enfermeda<strong>de</strong>s con claro acento extranjero.<br />
—...enfisema... tengo que <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> fumar... ¿sabes que el año pasado<br />
por poco me muero?<br />
Espasmos <strong>de</strong> rabia amenazaban con brotar <strong>de</strong> sus labios, y,<br />
avergonzado, trató <strong>de</strong> combatirlos.<br />
Miró por la ventanilla: pasaban por la Casa <strong>de</strong> Beneficencia, don<strong>de</strong>, los<br />
sábados por la mañana, al final <strong>de</strong>l invierno, recogía ella la leche y las bolsas<br />
<strong>de</strong> patatas mientras él se quedaba en la cama; el Zoológico <strong>de</strong> Central Park,<br />
don<strong>de</strong> lo <strong>de</strong>jaba ella en verano para ir a mendigar ante la fuente <strong>de</strong> la Plaza.<br />
Al pasar por el hotel, Karras estalló en llanto; pero logró sofocar los<br />
recuerdos, secando la humedad <strong>de</strong> sus punzantes remordimientos. Se<br />
preguntaba por qué el amor había esperado tanto, por qué había aguardado<br />
hasta el momento en que los límites <strong>de</strong>l contacto y la renuncia humana se<br />
habían reducido al tamaño <strong>de</strong> aquel recordatorio que llevaba en la billetera:<br />
“In Memoriam”...<br />
Tuvo conciencia <strong>de</strong> ello. Esa pena era vieja.<br />
Llegó a Georgetown a tiempo para cenar, pero no tenía apetito. Se<br />
paseó nervioso por la casa. Sus amigos jesuitas fueron a darle el pésame. Se<br />
quedaron un ratito. Prometieron plegarias.<br />
Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las diez, Joe Dyer apareció con una botella <strong>de</strong> whisky.<br />
La mostró orgulloso.<br />
—¡’Chivas Regal’!<br />
—¿De dón<strong>de</strong> has sacado el dinero? ¿Del cepillo <strong>de</strong> los pobres?<br />
—No seas tonto; eso sería quebrantar mi voto <strong>de</strong> pobreza.<br />
—¿De dón<strong>de</strong> lo has sacado, pues?<br />
—Lo he robado.<br />
Karras sonrió y movió la cabeza en un a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> apercibimiento<br />
amistoso, mientras traía un vaso y un jarrito <strong>de</strong> peltre para el café.<br />
Los fregó en el diminuto lavabo <strong>de</strong>l baño y dijo:<br />
—Te creo.