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El Exorcista de WILLIAM BLATTY

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<strong>El</strong> exorcista<br />

William Blatty<br />

—Yo lo haré, Willie.<br />

Chris, siempre perceptiva, había notado su mirada cansada, y mientras<br />

Willie se dirigía, gruñendo, hacia el frega<strong>de</strong>ro, la actriz se sirvió café y se<br />

retiró al rincón don<strong>de</strong> siempre tomaba el <strong>de</strong>sayuno. Se sentó. Y sonrió<br />

afectuosamente al mirar el plato. Una rosa color rojo encendido. Regan.<br />

Mi ángel. Muchas mañanas, cuando Chris trabajaba, Regan se levantaba<br />

<strong>de</strong> la cama en silencio, bajaba a la cocina y le ponía una flor junto al plato;<br />

luego volvía, a tientas, a su sueño, con los ojos cerrados. Chris, apenada,<br />

movió la cabeza al recordar que estuvo a punto <strong>de</strong> ponerle el nombre<br />

Goneril. “Por supuesto. Prepararse para lo peor”. Chris sonrió ante el<br />

recuerdo. Sorbió el café.<br />

Cuando su mirada cayó <strong>de</strong> nuevo sobre la rosa, su expresión se tornó<br />

triste por un momento, y sus gran<strong>de</strong>s ojos ver<strong>de</strong>s parecieron<br />

apesadumbrados en la mirada perdida. Se acordaba <strong>de</strong> otra flor. Un hijo.<br />

Jamie. Había muerto a los tres años, hacía mucho tiempo, cuando ella,<br />

Chris, era una corista muy joven <strong>de</strong> Broadway. Había jurado no volver jamás<br />

a darse tanto a nadie como lo había hecho con Jamie, como lo había hecho<br />

con el padre <strong>de</strong> Jamie, Howard MacNeil.<br />

Rápidamente <strong>de</strong>svió la mirada <strong>de</strong> la rosa, y, como su sueño <strong>de</strong> la<br />

muerte se elevaba en una nube <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el café, encendió un cigarrillo. Willie<br />

trajo el jugo, y Chris se acordó <strong>de</strong> las ratas.<br />

—¿Dón<strong>de</strong> está Karl? -preguntó a la sirvienta.<br />

—Estoy aquí, señora.<br />

Atareado, apareció por la puerta <strong>de</strong> la alacena. Autoritario. Respetuoso.<br />

Dinámico. Servil. Con un pedacito <strong>de</strong> servilleta <strong>de</strong> papel pegado en la<br />

barbilla, porque se corto al afeitarse.<br />

—¿Sí?<br />

Corpulento, ja<strong>de</strong>ó junto a la mesa. Ojos brillantes. Nariz aguileña.<br />

Pelado.<br />

—Karl, hay ratas en el altillo. Tendría que conseguir algunas ratoneras.<br />

—¿Hay ratas?<br />

—Eso he dicho.<br />

—Pero el altillo está limpio.<br />

—Bueno, está bien. Tenemos ratas “prolijas”.<br />

—No hay ratas.<br />

—Karl, yo las oí anoche -dijo Chris con paciencia, pero imperativa.<br />

—Quizá sean las cañerías -sonrió Karl-, tal vez los tablones.<br />

—¡Tal vez las “ratas”! ¿Va a comprar las malditas ratoneras y <strong>de</strong>jarse <strong>de</strong><br />

discutir?<br />

—Sí, señora. -Salió disparado-. Ahora mismo.<br />

—¡No, ahora no, Karl! ¡Las tiendas están cerradas!<br />

—¡Están cerradas! -refunfuñó Willie.<br />

—Voy a ver.<br />

Se fue.<br />

Chris y Willie intercambiaron miradas; luego Willie hizo un gesto con la<br />

cabeza y volvió a su tocino. Chris sorbió el café. “Extraño. Hombre extraño”.<br />

Trabajador como Willie, muy leal, discreto. Y, sin embargo, algo en él la

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