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<strong>El</strong> exorcista<br />
William Blatty<br />
Cuando se hubo calmado, buscó el whisky a tientas. Se sentó en la<br />
cama y bebió en la oscuridad.<br />
Las lágrimas brotaban espontáneas. No cesaban. Aquella pena era como<br />
las <strong>de</strong> la niñez. Recordó la llamada telefónica <strong>de</strong> su tío.<br />
—“Dimmy, el e<strong>de</strong>ma le ha afectado el cerebro. No <strong>de</strong>ja que se le<br />
acerque un médico. No hace más que gritar. Hasta le habla a la radio.<br />
Creo que se habrá <strong>de</strong> llevar a Bellevue, Dimmy. En un hospital común<br />
no la aguantarán. Calculo que en dos meses podría estar como nueva; luego<br />
la sacaríamos. ¿Está bien? Escucha, Dimmy: ya lo hemos hecho. Le pusieron<br />
una inyección y la llevaron en ambulancia esta mañana. No queremos<br />
molestarte, pero tienes que firmar los papeles. ¿Qué...? ¿Sanatorio privado?<br />
¿Quién tiene el dinero, Dimmy? ¿Tú?”<br />
No recordaba haberse dormido. Se <strong>de</strong>spertó entumecido, con la<br />
impresión <strong>de</strong> haber sufrido una hemorragia gástrica. Vacilante, se dirigió<br />
hacia el cuarto <strong>de</strong> baño, se duchó, se afeitó y se puso la sotana. Eran las<br />
cinco y treinta y cinco. Abrió la puerta <strong>de</strong> la Santísima Trinidad, se revistió<br />
con los ornamentos y dijo misa en el altar <strong>de</strong> la izquierda.<br />
—“Memento etiam”... -oró con <strong>de</strong>solada <strong>de</strong>sesperación-. Acuérdate <strong>de</strong><br />
tu sierva Mary Karras...<br />
En la puerta <strong>de</strong>l sagrario vio reflejada la cara <strong>de</strong> la enfermera<br />
recepcionista <strong>de</strong> Bellevue y oyó <strong>de</strong> nuevo los gritos que llegaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />
habitación aislada.<br />
—“¿Es usted su hijo?”<br />
—“Sí. Soy Damien Karras”.<br />
—“Bueno, le aconsejo que no entre. Tiene un ataque”.<br />
Había mirado por la puerta hacia la habitación sin ventanas, con la<br />
<strong>de</strong>snuda bombilla colgando <strong>de</strong>l techo, pare<strong>de</strong>s acolchadas, sin adornos, sin<br />
muebles, excepto la cama en la que <strong>de</strong>liraba.<br />
—...te rogamos le concedas un lugar <strong>de</strong> refrigerio, <strong>de</strong> luz y <strong>de</strong> paz...<br />
Cuando ella se encontró con sus ojos, se calló <strong>de</strong> repente y <strong>de</strong>svió hacia<br />
la puerta su mirada confusa.<br />
—“¿Por qué haces eso, Dimmy? ¿Por qué?”<br />
Sus ojos eran más suaves que los <strong>de</strong> un cor<strong>de</strong>ro.<br />
—“Agnus Dei”... -murmuró mientras se inclinaba, golpeándose el pecho-<br />
. Cor<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Dios, que quitas los pecados <strong>de</strong>l mundo, dale el <strong>de</strong>scanso<br />
eterno...<br />
Mientras elevaba la hostia con los ojos cerrados, vio a su madre en el<br />
locutorio con las manos dulcemente entrelazadas sobre la falda y una<br />
expresión dócil y perpleja, mientras el juez le explicaba el informe <strong>de</strong> los<br />
psiquíatras <strong>de</strong> Bellevue.<br />
—“¿Usted entien<strong>de</strong> eso, Mary?”<br />
<strong>El</strong>la dijo que sí con la cabeza.<br />
No había abierto la boca; le habían quitado la <strong>de</strong>ntadura postiza.<br />
—”Bueno, ¿qué le parece, Mary?”<br />
<strong>El</strong>la le contestó con orgullo:<br />
—“Mi hijo hablará por mí”.