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El Exorcista de WILLIAM BLATTY

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<strong>El</strong> exorcista<br />

William Blatty<br />

mundo, y ellos me han enviado a “usted”; ¡y ahora usted me remite a<br />

“ellos”!<br />

—Pero su...<br />

—¡Dios mío!, ¿no habrá nadie que “me ayu<strong>de</strong>”? -Su alarido <strong>de</strong>sgarrador<br />

se extendió sobre el río, <strong>de</strong> cuyas orillas levantaron el vuelo pájaros<br />

espantados-. ¡Oh, Dios mío, que alguien me ayu<strong>de</strong>! -exclamó <strong>de</strong> nuevo<br />

Chris, y se arrojó, sollozando convulsivamente, sobre el pecho <strong>de</strong> Karras-.<br />

¡Por favor! ¡Ayú<strong>de</strong>me! ¡Por favor, por favor, ayú<strong>de</strong>me...!<br />

<strong>El</strong> jesuita la miró paternalmente y le acarició la cabeza, mientras los<br />

pasajeros <strong>de</strong> los coches atascados los observaban con momentáneo<br />

<strong>de</strong>sinterés.<br />

—Está bien -susurró Karras dándole golpecitos en el hombro.<br />

Quería calmarla, frenar su histeria. ‘¿...”mí hija”?’ Era “ella” la que<br />

necesitaba ayuda psiquiátrica-. Está bien, iré a verla -le dijo-. Se lo prometo.<br />

En silencio la acompañó a su casa, dominado por una sensación <strong>de</strong><br />

irrealidad, pensando en la conferencia que daría al día siguiente en la<br />

Facultad <strong>de</strong> Medicina <strong>de</strong> Georgetown. Aún tenía que preparar las notas.<br />

Subieron por la escalinata exterior. Karras echó una mirada en dirección<br />

a la resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> los jesuitas y pensó que se per<strong>de</strong>ría la cena. Eran las seis<br />

menos diez.<br />

Miró a Chris cuando introdujo la llave en la cerradura. <strong>El</strong>la, titubeante,<br />

se volvió hacia el sacerdote.<br />

—Padre... ¿necesitará ornamentos sacerdotales?<br />

¡Cuán infantiles e ingenuas resultaban aquellas palabras!<br />

—Sería <strong>de</strong>masiado peligroso -le respondió.<br />

<strong>El</strong>la asintió y abrió la puerta. Entonces fue cuando Karras sintió una<br />

señal <strong>de</strong> peligro, que le dio escalofríos. Era como si por su sangre corriera<br />

hielo.<br />

—¿Padre Karras?<br />

Él levantó la vista. Chris había entrado y mantenía abierta la puerta.<br />

Durante un momento permaneció in<strong>de</strong>ciso, sin moverse; luego,<br />

bruscamente, se a<strong>de</strong>lantó y entró en la casa con la extraña sensación <strong>de</strong> que<br />

algo terminaba.<br />

Karras oyó un gran alboroto en la planta alta. Una voz, profunda y<br />

atronadora, vomitaba obscenida<strong>de</strong>s, amenazaba con furia, con odio, con<br />

frustración.<br />

Karras dirigió a Chris una rápida mirada. <strong>El</strong>la, que lo observaba muda,<br />

se <strong>de</strong>tuvo, y luego siguió andando. Él caminó tras ella, subió las escaleras y,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> salvar el pasillo, llegaron al dormitorio <strong>de</strong> Regan; Karl estaba <strong>de</strong><br />

espaldas, apoyado junto a la puerta <strong>de</strong>l cuarto, con la cabeza caída sobre sus<br />

brazos cruzados. Cuando el criado alzó lentamente la vista hacia Chris,<br />

Karras notó en sus ojos <strong>de</strong>sconcierto y terror. La voz que se oía en el<br />

dormitorio, ahora que se hallaban en él, era tan potente que casi parecía<br />

amplificada por medios electrónicos.<br />

—No se <strong>de</strong>ja poner las correas -dijo Karl a Chris, con voz quebrada.

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