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<strong>El</strong> exorcista<br />
William Blatty<br />
<strong>El</strong> padre Dyer levantó las cejas con afectada seriedad.<br />
—¿Se imaginan lo que sería convertirse en el primer misionero en la<br />
Luna? -preguntó.<br />
Todos estallaron en carcajadas.<br />
—Tiene el tamaño exacto -dijo mistress Perrin-. Podría meterlo en la<br />
parte anterior <strong>de</strong> la cápsula.<br />
—No, “yo” no -la corrigió con aire solemne, volviéndose luego hacia el<br />
<strong>de</strong>cano, para explicarle-:<br />
Trate <strong>de</strong> arreglarlo para Emory.<br />
—Emory es nuestro prefecto <strong>de</strong> disciplina en el “campus” -explicó Dyer a<br />
las mujeres en un aparte-. No hay nadie allá arriba, y eso es precisamente lo<br />
que le agrada; le gustan los lugares silenciosos.<br />
—Y entonces, ¿a quién po-dría convertir? -preguntó mistress Perrin.<br />
—¿Qué me quiere <strong>de</strong>cir? -Dyer la miró y frunció el ceño-. Convertiría a<br />
los astronautas. A<strong>de</strong>más, es lo que le gusta: una o dos personas. No grupos.<br />
Solamente dos.<br />
Con a<strong>de</strong>mán impasible, Dyer buscó al astronauta con la mirada.<br />
—¿Me permiten? -dijo, y se retiró.<br />
—Me gusta -manifestó mistress Perrin.<br />
—A mí también -aprobó Chris. Luego se dirigió al <strong>de</strong>cano-: Bueno, aún<br />
no me ha dicho lo que pasa en ese chalet -le recordó-. ¿Es un gran secreto?<br />
¿Quién es el sacerdote que veo siempre allí? Uno robusto. ¿Sabe a quién me<br />
refiero?<br />
—<strong>El</strong> padre Karras -dijo el <strong>de</strong>cano, bajando la voz, con un <strong>de</strong>jo <strong>de</strong><br />
remordimiento.<br />
—¿Qué hace?<br />
—Es consejero. -Apoyó su copa y la hizo girar por su base-. Anoche<br />
sufrió un rudo golpe.<br />
—¿Qué le pasó? -preguntó Chris con repentino interés.<br />
—Se le murió su madre.<br />
Chris experimentó un confuso sentimiento <strong>de</strong> pena, inexplicable para<br />
ella.<br />
—Lo lamento mucho -dijo.<br />
—Parece que lo ha afectado mucho -prosiguió el jesuita-. <strong>El</strong>la vivía sola,<br />
y sospecho mucho que hacía ya dos días que había muerto cuando lo<br />
advirtieron.<br />
—¡Oh, qué horrible! -murmuró mistress Perrin.<br />
—¿Quién la encontró? -preguntó Chris con seriedad.<br />
—<strong>El</strong> portero <strong>de</strong>l edificio. Supongo que aún no se habrían dado cuenta <strong>de</strong><br />
no haber sido porque los vecinos se quejaron <strong>de</strong> que la radio funcionaba todo<br />
el día.<br />
—¡Qué triste! -musitó Chris.<br />
—Perdón, señora.<br />
Levantó la vista y vio a Karl.<br />
—Traía una ban<strong>de</strong>ja llena <strong>de</strong> copas y licores.<br />
—¡Ah, sí! Déjela aquí, Karl. Muchas gracias.