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<strong>El</strong> exorcista<br />
William Blatty<br />
Silencio. Karras volvió a hablar:<br />
—Decimos que el <strong>de</strong>monio... no pue<strong>de</strong> afectar la voluntad <strong>de</strong> la víctima.<br />
—Sí, así es... así es... No hay pecado.<br />
—Entonces, ¿cuál es el “propósito” <strong>de</strong> la posesión? -preguntó Karras con<br />
el ceño fruncido-. ¿Qué sentido tiene?<br />
—¿Quién lo sabe? -respondió Merrin-. ¿Quién pue<strong>de</strong> tener la esperanza<br />
<strong>de</strong> saber? -Pensó un momento. Después continuó son<strong>de</strong>ando-: Pero yo creo<br />
que el objetivo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>monio no es el poseso, sino nosotros... los<br />
observadores... cada persona <strong>de</strong> esta casa. Y creo... creo que lo que quiere<br />
es que nos <strong>de</strong>sesperemos, que rechacemos nuestra propia humanidad,<br />
Damien, que nos veamos, a la larga, como bestias, como esencialmente viles<br />
e inmundos, sin nobleza, horribles, indignos. Y tal vez ahí esté a centro <strong>de</strong><br />
todo: en la indignidad. Porque yo pienso que el creer en Dios no tiene nada<br />
que ver con la razón, sino que, en última instancia, es una cuestión <strong>de</strong> amor,<br />
<strong>de</strong> aceptar la posibilidad <strong>de</strong> que Dios pue<strong>de</strong> amarnos...<br />
Merrin hizo otra pausa. Prosiguió más lentamente, abriendo su alma en<br />
un susurro.<br />
—Él sabe..., el <strong>de</strong>monio sabe dón<strong>de</strong> atacar... Hace mucho tiempo que<br />
me sentía <strong>de</strong>sesperado por no po<strong>de</strong>r amar a mi prójimo. Ciertas personas...<br />
me repelían. ¿Cómo podría amarlas?, pensaba. Y eso me atormentaba,<br />
Damien; me llevó a <strong>de</strong>sconfiar <strong>de</strong> mí mismo... y, partiendo <strong>de</strong> aquí,<br />
<strong>de</strong>sconfiar <strong>de</strong> mi Dios. Se hizo añicos mi fe...<br />
Interesado, Karras levantó sus ojos hacia Merrin.<br />
—¿Y qué pasó? -preguntó.<br />
—Pues que, al fin, me di cuenta <strong>de</strong> que Dios nunca me pediría aquello<br />
que me es psicológicamente imposible, que el amor que Él me pedía estaba<br />
en mi “voluntad” y no quería <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong>bía sentirlo como una emoción. En<br />
absoluto. Me pedía que “obrara” con amor hacia los <strong>de</strong>más, y el hecho <strong>de</strong><br />
que lo hiciera con aquellos que me repelían, era un acto <strong>de</strong> amor más gran<strong>de</strong><br />
que cualquier otro. -Movió la cabeza-. Sé que todo esto <strong>de</strong>be parecerle muy<br />
obvio, Damien. Lo sé. Pero entonces no alcanzaba a verlo. Extraña ceguera.<br />
¡Cuántos maridos y mujeres -exclamó con tristeza- creerán que ya no se<br />
aman porque sus corazones no se conmueven al verse! ¡Ah, Dios querido!<br />
-movió la cabeza afirmativamente-.<br />
Damien, ahí radica la posesión; no tanto en las guerras, como algunos<br />
quieren creer; y muy pocas veces en intervenciones extraordinarias como<br />
ésta... la <strong>de</strong> esta niña... esta pobre criatura. No, yo lo veo mucho más a<br />
menudo en cosas pequeñas, Damien; en los mezquinos o absurdos rencores,<br />
en las equivocaciones, en la palabra cruel e insidiosa que las lenguas<br />
<strong>de</strong>satadas lanzan entre amigos. Entre amantes. Unas cuantas <strong>de</strong> esas cosas<br />
-susurró Merrin-, y ya no es necesario que sea Satán el que dirija nuestras<br />
guerras, pues las dirigimos nosotros mismos... nosotros mismos...<br />
Aún llegaba el canto <strong>de</strong>l dormitorio. Merrin miró hacia la puerta y<br />
escuchó un momento.<br />
—Y, sin embargo, incluso <strong>de</strong> esto, <strong>de</strong>l mal, vendrá el bien. De algún<br />
modo. De algún modo que nunca podremos enten<strong>de</strong>r, ni siquiera ver. -Merrin<br />
hizo una pausa-. Quizás el mal sea el crisol <strong>de</strong> la bondad -manifestó-. Y tal