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<strong>El</strong> exorcista<br />
William Blatty<br />
—<strong>El</strong> sexo... pue<strong>de</strong> ser. Me doy cuenta. Mas ésa es otra historia. No<br />
importa. Pero, ¿qué me dice <strong>de</strong> los asesinatos rituales, padre? ¿Es cierto que<br />
usan sangre <strong>de</strong> recién nacidos? -<strong>El</strong> <strong>de</strong>tective se refería a algo más que había<br />
leído en el libro sobre brujería don<strong>de</strong> se <strong>de</strong>scribía cómo, a veces, el cura<br />
renegado hacía un corte en la muñeca <strong>de</strong> un recién nacido y recogía en un<br />
cáliz la sangre vertida, sangre que luego era consagrada y consumida en<br />
forma <strong>de</strong> comunión-. Es exactamente como las historias que solían contar <strong>de</strong><br />
los judíos -continuó el <strong>de</strong>tective-. Cómo robaban niños cristianos y se bebían<br />
su sangre. Perdóneme, pero fue “su gente” la que contó todos esos cuentos.<br />
—Si lo hacíamos, perdóneme a mí.<br />
—Está absuelto.<br />
Algo oscuro y triste cruzó por los ojos <strong>de</strong>l sacerdote, como la sombra <strong>de</strong><br />
un dolor momentáneamente recordado. Clavó su mirada en el sen<strong>de</strong>ro que<br />
se abría ante ellos.<br />
—En realidad no sé mucho <strong>de</strong> asesinato ritual -dijo Karras-.<br />
Pero una comadrona <strong>de</strong> Suiza confesó, en cierta ocasión, haber dado<br />
muerte a treinta o cuarenta recién nacidos para emplear su sangre en misas<br />
negras. Tal vez la torturaron -admitió-. ¿Quién sabe? Pero, sin duda, contó<br />
una historia convincente. Dijo que ella se escondía una aguja, fina y larga,<br />
en la manga, <strong>de</strong> modo que, cuando el niño nacía, sacaba la aguja y se la<br />
clavaba en la coronilla a éste; <strong>de</strong>spués la volvía a escon<strong>de</strong>r. No <strong>de</strong>jaba<br />
huellas -añadió, echando una mirada a Kin<strong>de</strong>rman-. <strong>El</strong> recién nacido parecía<br />
haber venido muerto al mundo. Usted seguramente habrá oído <strong>de</strong>cir que los<br />
cristianos europeos recelaban mucho <strong>de</strong> las comadronas. Bueno, así es como<br />
empezó.<br />
—¡Es espantoso!<br />
—Este siglo tampoco ha acabado con la <strong>de</strong>mencia. De todos modos...<br />
—Perdón, espere un momento. Estas historias fueron contadas por<br />
personas torturadas, ¿no es eso? De modo que, básicamente, no son dignas<br />
<strong>de</strong> confianza. Firmaron las confesiones, y, <strong>de</strong>spués, los torturadores llenaban<br />
los espacios en blanco. Quiero <strong>de</strong>cir que por aquel tiempo no había <strong>de</strong>recho<br />
<strong>de</strong> “habeas corpus” ni recursos <strong>de</strong> apelación, por así <strong>de</strong>cirlo. ¿Tengo razón o<br />
no?<br />
—Sí, tiene razón, aunque, por otra parte, muchas <strong>de</strong> las confesiones<br />
fueron voluntarias.<br />
—Pero, ¿quiénes se ofrecían a hacer tales confesiones?<br />
—Tal vez personas con trastornos mentales.<br />
—¡Ajá! ¡“Otra” fuente digna <strong>de</strong> crédito!<br />
—Por supuesto que tiene usted razón, teniente. Yo sólo estoy haciendo<br />
<strong>de</strong> abogado <strong>de</strong>l diablo. Sin embargo, una cosa que parecemos olvidar es que<br />
las personas lo suficientemente psicópatas como para haber confesado tales<br />
cosas, tal vez eran lo bastante psicópatas como para haberlas hecho. Por<br />
ejemplo, los mitos sobre los hombres-lobo. Está bien, son ridículos: nadie se<br />
pue<strong>de</strong> convertir en lobo. Pero, ¿qué pasa si el hombre se halla tan<br />
perturbado que no sólo piensa en que es un lobo sino que también actúa<br />
como tal?<br />
—Terrible. ¿Qué es eso, padre? ¿Teoría o realidad?