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<strong>El</strong> exorcista<br />
William Blatty<br />
No podía esperar que se filtrara el café. Debía irse... <strong>de</strong>bía hacer algo...<br />
ayudar a alguien... intentar...<br />
Salió <strong>de</strong> la cocina. Al pasar por el vestíbulo, miró hacia <strong>de</strong>ntro. Chris<br />
estaba en el sofá, llorando convulsivamente; Sharon la consolaba. Él <strong>de</strong>svió<br />
la vista y se dirigió a la escalera; oyó que el <strong>de</strong>monio injuriaba<br />
histéricamente a Merrin.<br />
—¡...hubieras “perdido”! ¡Hubieras “perdido” y lo “sabías”! ¡Tú, “carroña,<br />
Merrin”! ¡Bastardo! “¡Vuelve!” ¡Ven y...! -Karras trató <strong>de</strong> no oír.<br />
...“o el canto <strong>de</strong> un pájaro”...<br />
Al entrar en el dormitorio se dio cuenta <strong>de</strong> que se había olvidado <strong>de</strong><br />
ponerse un jersey. Miró a Regan. Estaba acostada <strong>de</strong> lado, mientras el<br />
<strong>de</strong>monio seguía rugiendo.<br />
...“las cosas más bonitas”...<br />
Lentamente se acercó a su silla y cogió una manta. Sólo entonces, en su<br />
agotamiento, notó la ausencia <strong>de</strong> Merrin. Al acercarse a la cama para tomar<br />
el pulso a Regan, casi tropezó con él. Yacía extendido boca abajo, junto a la<br />
cama. Descoyuntado. Horrorizado, Karras se arrodilló. Le dio la vuelta. Vio la<br />
coloración azulada <strong>de</strong> su cara.<br />
Le tomó el pulso. En un sobrecogedor instante <strong>de</strong> angustia, se dio<br />
cuenta <strong>de</strong> que Merrin estaba muerto.<br />
—¡...sagrada flatulencia! “¡Muérete!” ¡Karras, cúralo! -rugió el <strong>de</strong>monio-.<br />
Resucítalo y déjanos “terminar”, déjanos...<br />
Colapso cardíaco. Arteria coronaria.<br />
—¡Oh, Dios! -se quejó Karras en un susurro-. ¡Dios mío, “no”! -Cerró los<br />
ojos, agitando la cabeza sin po<strong>de</strong>r creerlo, <strong>de</strong>sesperado. Luego,<br />
bruscamente, en un arrebato <strong>de</strong> aflicción, hundió el pulgar, con fuerza, en la<br />
pálida muñeca <strong>de</strong> Merrin, como si quisiera extraer <strong>de</strong> sus fibras el perdido<br />
pulso <strong>de</strong> la vida.<br />
—...piadoso...<br />
Karras retrocedió y respiró profundamente. Entonces vio las píldoras<br />
envueltas en papel <strong>de</strong> estaño, esparcidas por el suelo. Al coger una<br />
comprobó, con <strong>de</strong>saliento, lo que ya sabía. Nitroglicerina.<br />
Lo había sospechado. Karras, con ojos enrojecidos y llenos <strong>de</strong> dolor,<br />
contempló el rostro <strong>de</strong> Merrin.<br />
’...vaya a <strong>de</strong>scansar un poco, Damien.’<br />
—“Ni los gusanos” se comerán tu carroña.<br />
Al oír las palabras <strong>de</strong>l <strong>de</strong>monio, Karras empezó a temblar, dominado por<br />
una furia incontenible.<br />
“¡No escuches!”<br />
—...homosexual...<br />
“¡No escuchas, no escuches!”<br />
La cólera le hinchó en la frente una vena, que latía amenazadora. Al<br />
coger las manos <strong>de</strong> Merrin y ponerlas, piadosamente, en forma <strong>de</strong> cruz, oyó<br />
que el <strong>de</strong>monio gruñía:<br />
—Ponle ahora en las manos su “bonete”. -Un pútrido escupitajo se<br />
estrelló en un ojo <strong>de</strong>l muerto-. ¡Los últimos ritos! -exclamó, burlonamente, el<br />
<strong>de</strong>monio. Volvió a apoyar su cabeza y rió salvajemente.