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El Exorcista de WILLIAM BLATTY

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<strong>El</strong> exorcista<br />

William Blatty<br />

—Vuelvo en seguida, padre -dijo Chris al sacerdote.<br />

Karras la vio alejarse por el corredor, hasta su dormitorio; luego se<br />

volvió hacia Karl. <strong>El</strong> suizo lo miraba <strong>de</strong> hito en hito.<br />

—¿Es usted sacerdote? -preguntó Karl.<br />

Tras asentir, Karras miró en dirección a la puerta <strong>de</strong>l dormitorio <strong>de</strong><br />

Regan. A la voz furibunda había seguido ahora un largo y estri<strong>de</strong>nte berrido<br />

<strong>de</strong> animal, semejante al <strong>de</strong> un novillo. Sintió que le tocaban la mano. Bajó la<br />

vista.<br />

—Es ella -le dijo Chris-, Regan. -Le alargó una foto, que él cogió. Una<br />

niña. Muy bonita. De dulce sonrisa.<br />

—Se la tomaron hace cuatro meses -dijo Chris como atontada.<br />

Tomó la foto que le <strong>de</strong>volvió el sacerdote y, con la cabeza, le hizo un<br />

gesto señalando hacia la puerta <strong>de</strong>l cuarto-. Entre y examínela. -Se apoyó<br />

contra la pared, junto a Karl-. Yo espero aquí.<br />

—¿Quién está con ella? -preguntó Karras.<br />

—Nadie.<br />

Él sostuvo su mirada y luego se volvió, con el ceño fruncido, en<br />

dirección al dormitorio. Al tocar el tirador, los ruidos <strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro cesaron<br />

bruscamente. En el silencio, Karras vaciló; luego entró en la habitación con<br />

lentitud, como si retrocediera ante el punzante hedor a excremento mohoso,<br />

cuya vaharada le azotó la cara.<br />

Dominando su repulsión, cerró la puerta. Sus ojos quedaron prendidos,<br />

atónitos, en aquella cosa que era Regan, en la criatura que yacía <strong>de</strong> espaldas<br />

en la cama, con la cabeza sobre la almohada, mientras sus ojos,<br />

<strong>de</strong>smesuradamente abiertos en las hundidas cuencas, brillaban con loca y<br />

astuta inteligencia, interesados y malignos al fijarse en los suyos, al<br />

observarlo atentamente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel rostro esquelético, aquella horrible y<br />

maligna máscara. Karras dirigió la vista hacia el pelo enmarañado, hacia los<br />

brazos consumidos, hacia el estómago dilatado, que sobresalía<br />

grotescamente; luego, <strong>de</strong> nuevo, hacia aquellos ojos que lo miraban... que lo<br />

atravesaban... que lo seguían cuando él se acercó a una silla junto a la<br />

ventana.<br />

—¡Hola, Regan! -dijo el sacerdote en tono amistoso y cálido. Tomó la<br />

silla y la llevó al lado <strong>de</strong> la cama-. Soy un amigo <strong>de</strong> tu madre. Me ha dicho<br />

que no te encontrabas muy bien. -Se sentó-. ¿Crees que me podrías <strong>de</strong>cir lo<br />

que te pasa? Me gustaría ayudarte.<br />

Los ojos <strong>de</strong> la niña brillaron ferozmente, sin parpa<strong>de</strong>ar, y una<br />

amarillenta saliva le corrió por la comisura <strong>de</strong> la boca y se le <strong>de</strong>slizó hasta el<br />

mentón. Los labios se le pusieron rígidos y esbozaron una mueca en su boca<br />

arqueada.<br />

—¡Bien, bien, bien! -exclamó Regan sardónicamente. Karras sintió un<br />

escalofrío, porque la voz era increíblemente profunda y <strong>de</strong>nsa <strong>de</strong> amenaza y<br />

po<strong>de</strong>r-. De modo que eres tú..., ¿eh? ¡Te han mandado a “ti”! Bueno, no<br />

tenemos que temer nada <strong>de</strong> ti en absoluto.<br />

—En efecto. Soy tu amigo. Me gustaría po<strong>de</strong>r ayudarte -dijo Karras.

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