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<strong>El</strong> exorcista<br />
William Blatty<br />
—¿Qué diablos es eso <strong>de</strong> la personalidad <strong>de</strong>sdoblada, padre? Usted lo<br />
dice, yo lo “oigo”; pero, ¿qué “es”? ¿Soy acaso tan estúpida? ¿Me lo pue<strong>de</strong><br />
explicar <strong>de</strong> un modo que me entre <strong>de</strong> una vez en la cabeza?<br />
En sus enrojecidos ojos había una súplica <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperada perplejidad.<br />
—Mire, no hay nadie en el mundo que pretenda enten<strong>de</strong>rlo -le dijo<br />
amablemente el sacerdote-. Lo único que sabemos es que suce<strong>de</strong>; más allá<br />
<strong>de</strong>l fenómeno, todo es pura especulación. Pero, si lo <strong>de</strong>sea, piense que el<br />
cerebro humano contiene diecisiete mil millones <strong>de</strong> células.<br />
Chris se inclinó atenta hacia <strong>de</strong>lante, con el ceño fruncido.<br />
—Estas células cerebrales -continuó Karras- gobiernan,<br />
aproximadamente, cien millones <strong>de</strong> mensajes por segundo; ése es el número<br />
<strong>de</strong> sensaciones que bombar<strong>de</strong>an su cuerpo. Y no sólo compaginan todos<br />
estos mensajes, sino que lo hacen con eficiencia, sin vacilaciones y sin<br />
interponerse una en el camino <strong>de</strong> la otra. Ahora bien, ¿cómo podrían hacer<br />
eso sin forma alguna <strong>de</strong> comunicación? Bueno, parece ser que no pue<strong>de</strong>n, <strong>de</strong><br />
modo que cada una <strong>de</strong> esas células tendría conciencia propia. Imagínese por<br />
un momento que el cuerpo humano es un impresionante transatlántico, y<br />
que las células son la tripulación. Una <strong>de</strong> esas células está colocada en el<br />
puente. Es el capitán. Pero él nunca sabe “con precisión” qué hace el resto<br />
<strong>de</strong> la tripulación en las partes inferiores <strong>de</strong>l barco. Lo único que sabe es que<br />
éste sigue navegando suavemente, que la tarea se cumple. <strong>El</strong> capitán es<br />
usted, en su conciencia “alerta”. Y lo que tal vez ocurra en el <strong>de</strong>sdoblamiento<br />
<strong>de</strong> la personalidad sea que, quizás, una <strong>de</strong> esas células <strong>de</strong> la tripulación <strong>de</strong><br />
las partes inferiores <strong>de</strong>l barco suba al puente y se haga cargo <strong>de</strong>l mando. En<br />
otras palabras, un motín. ¿Le ayuda esto a enten<strong>de</strong>r?<br />
<strong>El</strong>la miraba incrédula, sin pestañear.<br />
—¡Padre, eso es tan remoto para mí, que casi me resulta más fácil creer<br />
en el “diablo”!<br />
—Bueno...<br />
—Mire, yo no sé nada <strong>de</strong> esas tonterías -lo interrumpió, con voz baja e<br />
intensa-. Pero le voy a <strong>de</strong>cir algo, padre. Si usted me mostrara a la hermana<br />
gemela <strong>de</strong> Regan, que tuviese la misma cara, la misma voz, que fuese igual<br />
hasta en la manera <strong>de</strong> poner los puntos sobre las íes, no me equivocaría; en<br />
un segundo sabría que no es ella. ¡Lo sabría! Lo sabría en mis entrañas; por<br />
eso le digo que sé que “¡eso que hay en la ‘planta alta’ no es mi hija!” ¡Lo sé!<br />
“¡Lo sé!” -Se reclinó, exhausta-. Ahora dígame qué he <strong>de</strong> hacer -lo <strong>de</strong>safió-.<br />
Vamos, dígame que sabe usted “con certeza” que mi hija no tiene ningún<br />
problema que no sea en la cabeza, que no necesita un exorcismo, que “sabe”<br />
usted que no le haría ningún bien. ¡Vamos! ¡Dígamelo! ¡Dígame qué he <strong>de</strong><br />
hacer!<br />
Durante unos segundos, inquietos y largos, el sacerdote permaneció en<br />
silencio. Luego respondió suavemente:<br />
—Bueno, hay pocas cosas <strong>de</strong> ese mundo que yo conozca con certeza.<br />
-Meditó, hundido en una silla.<br />
Luego volvió a hablar-: Normalmente, ¿es bajo el tono <strong>de</strong> voz <strong>de</strong><br />
Regan? -preguntó.<br />
—No. Más aún, yo diría que es muy alto.