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<strong>El</strong> exorcista<br />
CAPÍTULO PRIMERO<br />
William Blatty<br />
Estaba parada frente al paso <strong>de</strong> peatones <strong>de</strong>l puente Key, con los brazos<br />
sobre el pretil, moviéndose nerviosa, esperando, mientras el <strong>de</strong>nso tránsito<br />
discurría intermitente, a sus espaldas, en medio <strong>de</strong> un concierto <strong>de</strong> claxons y<br />
<strong>de</strong> una indiferente fricción <strong>de</strong> parachoques. Se había puesto en contacto con<br />
Mary Jo; le había mentido.<br />
—“Regan está bien. A propósito, estaba planeando dar otra cena. ¿Cómo<br />
se llama aquel jesuita psiquíatra? He creído que podría invitarlo”...<br />
Risas que venían <strong>de</strong> abajo: era una pareja joven, con “bluejeans”, en<br />
una canoa alquilada. Con un rápido gesto nervioso, tiró la ceniza <strong>de</strong> su<br />
cigarrillo y miró en dirección a la ciudad. Alguien se acercaba a ella<br />
presuroso, vestido con pantalones color caqui y jersey azul; no era un cura,<br />
no era él. Volvió a bajar la vista hacia el río, hasta su impotencia,<br />
arremolinada en la estela <strong>de</strong> la canoa pintada con brillantes colores. Pudo<br />
distinguir el nombre que llevaba pintado: “Capricho”.<br />
Pasos. <strong>El</strong> hombre <strong>de</strong>l jersey que se aproximaba, que se <strong>de</strong>tenía al llegar<br />
a su lado. Por el rabillo <strong>de</strong>l ojo lo vio apoyar un brazo sobre el pretil, y<br />
rápidamente <strong>de</strong>svió la mirada.<br />
—¡Váyase <strong>de</strong> aquí, estúpido -farfulló con voz ronca, mientras arrojaba al<br />
río el cigarrillo-, o llamaré a la Policía!<br />
—¿Miss MacNeil? Soy el padre Karras.<br />
Sonrojada, se incorporó y se volvió hacia él, sobresaltada. <strong>El</strong> ceño<br />
contraído, la mirada severa.<br />
—¡Dios mío! Yo soy... “¡Dios mío!”<br />
Se bajó las gafas <strong>de</strong> sol, confundida, e inmediatamente se las volvió a<br />
subir, cuando aquellos ojos, oscuros y tristes, son<strong>de</strong>aron los suyos.<br />
—Tendría que haberle advertido que vendría vestido <strong>de</strong> una manera<br />
informal. Lo siento.<br />
Su voz, suave, pareció quitarle un peso; tenía entrelazadas sus fuertes<br />
manos. Eran gran<strong>de</strong>s y, sin embargo, sensibles, venosas, como las que<br />
pintaba Miguel Ángel.<br />
Chris notó que su mirada se sentía instantáneamente atraída por ellas.<br />
—He creído que sería mucho menos llamativo -prosiguió él-. Parecía<br />
usted tan preocupada por mantener esto en secreto...<br />
—Creo que tendría que haberme preocupado <strong>de</strong> no ser tan estúpida<br />
-respondió ella, hurgando nerviosamente en su bolso-. Creí que era usted...<br />
—¿Humano? -la interrumpió con una sonrisa.<br />
—Me di cuenta <strong>de</strong> “eso” cuando lo vi un día en el “campus” -dijo ella,<br />
que ahora se buscaba algo en los bolsillos <strong>de</strong> su traje-. Por eso lo llamé. Me<br />
pareció usted humano. -Levantó la mirada y vio que él le observaba las<br />
manos-. ¿Tiene un cigarrillo, padre?<br />
Se palpó en el bolsillo <strong>de</strong> la camisa.<br />
—¿Se anima a fumar uno sin filtro?<br />
—En este momento me fumaría hasta una soga.