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<strong>El</strong> exorcista<br />
CAPÍTULO TERCERO<br />
William Blatty<br />
<strong>El</strong> neurólogo consultado colgó nuevamente las radiografías; trataba <strong>de</strong><br />
localizar hundimientos <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s craneales, como si el cráneo hubiera<br />
sido golpeado una y otra vez con un martillo. <strong>El</strong> doctor Klein estaba <strong>de</strong>trás,<br />
con los brazos cruzados. Los dos habían buscado lesiones, acumulación <strong>de</strong><br />
líquido o una posible <strong>de</strong>sviación <strong>de</strong> la glándula pineal. Ahora exploraban por<br />
si hubiera <strong>de</strong>presiones en la caja craneal, las cuales probarían la existencia<br />
<strong>de</strong> una presión intracraneal crónica.<br />
No las encontraron. Era el jueves 28 <strong>de</strong> abril.<br />
<strong>El</strong> neurólogo se quitó las gafas y las puso con cuidado en el bolsillo<br />
superior izquierdo <strong>de</strong> su chaqueta.<br />
—Aquí no hay absolutamente nada, Sam. Nada que yo alcance a ver.<br />
Klein miró hacia el suelo frunciendo el ceño y sacudió la cabeza.<br />
—Sí, no se ve nada.<br />
—¿Quiere tomarle otras?<br />
—Creo que no. Voy a intentar una punción lumbar.<br />
—Buena i<strong>de</strong>a.<br />
—Entretanto, me gustaría ver a la niña.<br />
—¿Cómo está hoy?<br />
—Bueno, yo... -Tintineó el teléfono-. Con permiso. -Tomó el receptor-.<br />
¿Diga?<br />
—Mistress MacNeil. Dice que es urgente.<br />
—¿Por qué línea?<br />
—Por la doce.<br />
Apretó con fuerza el botón <strong>de</strong> la comunicación interior.<br />
—Habla el doctor Klein, mistress MacNeil. ¿Qué suce<strong>de</strong>?<br />
La voz sonaba agitada y al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la histeria.<br />
—¡Dios mío, doctor, es Regan! ¿Pue<strong>de</strong> venir en seguida?<br />
—Bueno, ¿qué le pasa?<br />
—No sé, doctor, ¡no puedo <strong>de</strong>scribirlo! ¡Por Dios, venga! ¡Venga ahora<br />
mismo!<br />
—Salgo para allá.<br />
Desconectó y llamó a la recepcionista.<br />
—Susan, dígale a Dresner que se haga cargo <strong>de</strong> mis pacientes. -Colgó el<br />
teléfono y se quitó la bata-. Es ella. ¿Quiere venir?<br />
No hay más que cruzar el puente.<br />
—Dispongo <strong>de</strong> una hora.<br />
—Entonces, vamos.<br />
A los pocos minutos estuvieron allí, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta, don<strong>de</strong> los recibió<br />
Sharon, oyeron lamentos y gritos <strong>de</strong> terror que provenían <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong><br />
Regan. La mujer parecía asustada al <strong>de</strong>cir:<br />
—Soy Sharon Spencer. Entren. Está arriba.