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<strong>El</strong> exorcista<br />
William Blatty<br />
tontamente; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la primera ginebra <strong>de</strong> la mañana tenía una ligera<br />
halitosis.<br />
—Me alegro “mucho” <strong>de</strong> que te hayan dado un libreto.<br />
Un astuto cincuentón <strong>de</strong> aspecto débil. Hablaba con un inconfundible<br />
acento inglés, tan cortado y preciso, que sublimaba aún las más crudas<br />
obscenida<strong>de</strong>s, las hacía incluso elegantes. Cuando bebía, daba la impresión<br />
<strong>de</strong> que iba a estallar en carcajadas: parecía que estuviera haciendo<br />
constantes esfuerzos para conservar la compostura.<br />
—Bueno, nena, dime, ¿qué pasa? ¿Qué es lo que anda mal?<br />
La escena en cuestión requería que el <strong>de</strong>cano <strong>de</strong> la mítica Universidad<br />
hablara a un grupo <strong>de</strong> estudiantes, en un intento por sofocar una<br />
manifestación pacífica con la que habían amenazado. Entonces Chris tenía<br />
que subir corriendo los escalones <strong>de</strong> la explanada, encararse con el <strong>de</strong>cano<br />
y, señalando al edificio principal, gritar: ’¡Derribémoslo!’<br />
—No tiene ningún sentido -dijo Chris.<br />
—Sin embargo, está perfectamente claro -mintió Dennings.<br />
—¿Por qué diablos tienen que echar abajo el edificio, Burke? ¿Para qué?<br />
—¿Me estás con<strong>de</strong>nando a prisión?<br />
—No. Estoy preguntando: ‘¿para qué?’<br />
—¡Porque está “allí”, querida!<br />
—¿En el guión?<br />
—No, en el “tema”.<br />
—Bueno, pero sigue sin tener sentido, Burke. <strong>El</strong>la no haría eso.<br />
—Sí que lo haría.<br />
—No, no lo haría.<br />
—¿Mandamos llamar al autor? ¡Creo que está en París!<br />
—¿A qué ha ido allí? ¿A escon<strong>de</strong>rse?<br />
—No. “A fornicar”.<br />
Lo articuló con impecable dicción; sus ojos astutos chispeaban en una<br />
cara pálida, mientras la palabra se elevaba tersa y se transformaba en un<br />
capitel gótico.<br />
Chris se le apoyó blandamente en los hombros, riendo.<br />
—¡Oh, Burke, no tienes arreglo!<br />
—Sí. -Lo dijo como César al ratificar con mo<strong>de</strong>stia los informes <strong>de</strong> su<br />
triple rechazo <strong>de</strong> la corona-. Bueno, entonces, ¿seguimos con esto?<br />
Chris no escuchó. Había arrojado una mirada fugaz y avergonzada a un<br />
jesuita cercano. <strong>El</strong>la quería comprobar si había oído o no la obscenidad.<br />
Morena cara arrugada. Como la <strong>de</strong> un boxeador. Jovial. Cuarentón. Había<br />
cierta tristeza en sus ojos, algo <strong>de</strong> sufrimiento, y, sin embargo, su mirada<br />
fue cálida y tranquilizadora al posarse en la <strong>de</strong> ella. Había oído. Sonreía.<br />
Echó una ojeada a su reloj y se alejó.<br />
—¡Digo que sigamos <strong>de</strong> un vez con esto!<br />
Se volvió, sorprendida.<br />
—Sí, tienes razón, Burke.<br />
Vamos a hacerlo.<br />
—Gracias a Dios.<br />
—No, espera.