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El Exorcista de WILLIAM BLATTY

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<strong>El</strong> exorcista<br />

William Blatty<br />

Karras asintió en silencio, mientras contemplaba sus gran<strong>de</strong>s y<br />

po<strong>de</strong>rosas manos, apretadas entre las piernas. Tras un momento Kin<strong>de</strong>rman<br />

se volvió, vacilante, con mirada ansiosa.<br />

—¿Le gustaría ir al cine conmigo, padre, alguna vez? Me dan entradas<br />

-agregó, rápido-, ya se lo he dicho.<br />

<strong>El</strong> sacerdote lo miró sonriente:<br />

—Bien, le contestaré como <strong>El</strong>wood P. Dowd solía <strong>de</strong>cir en “Harvey”:<br />

¿Cuándo, teniente?<br />

—Ya lo llamaré.<br />

<strong>El</strong> rostro <strong>de</strong>l <strong>de</strong>tective resplan<strong>de</strong>cía <strong>de</strong> contento.<br />

Habían llegado a la resi<strong>de</strong>ncia, y el coche se <strong>de</strong>tuvo frente a la entrada.<br />

Karras abrió la portezuela.<br />

—No <strong>de</strong>je <strong>de</strong> hacerlo. Lamento no haberle ayudado mucho.<br />

—No importa. Me ha ayudado lo mismo. -Kin<strong>de</strong>rman le hizo un leve<br />

gesto con la mano. Karras se apeó-. Debo confesarle que, para ser un judío<br />

que trata <strong>de</strong> hacer méritos, me ha caído usted muy simpático.<br />

Karras se volvió, cerró la puerta y se inclinó para mirar por la ventanilla<br />

sonriendo amablemente.<br />

—¿No le han dicho nunca que se parece usted a Paul Newman?<br />

—Siempre. Y puedo asegurarle que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> este cuerpo míster<br />

Newman está luchando por salir. Tengo una multitud aquí <strong>de</strong>ntro -dijo-.<br />

También está Clark Gable.<br />

Karras lo saludó, sonriente, con la mano, y emprendió el regreso.<br />

—¡Padre, espere!<br />

Karras se volvió. <strong>El</strong> <strong>de</strong>tective emergió fatigosamente <strong>de</strong>l coche.<br />

—Me olvidaba, padre -resopló al acercarse-. Esa hoja con las<br />

inscripciones obscenas... La que encontraron en la iglesia...<br />

—¿Se refiere a las oraciones <strong>de</strong>l altar?<br />

—O lo que sea. ¿La tiene por ahí?<br />

—Sí, en mi habitación. Examino el latín. ¿La quiere?<br />

—Sí, tal vez sirva para algo.<br />

—Espere un minuto y se la traeré.<br />

Mientras Kin<strong>de</strong>rman esperaba fuera, junto al coche, el jesuita fue a su<br />

habitación <strong>de</strong> la planta baja que daba a la calle Prospect, y cogió la hoja.<br />

Luego salió y se la dio a Kin<strong>de</strong>rman.<br />

—Quizás encuentre algunas huellas digitales -dijo Kin<strong>de</strong>rman con<br />

respiración ja<strong>de</strong>ante, mientras la miraba. Luego-: No, porque usted la ha<br />

tocado. -De repente pareció darse cuenta, mientras manoseaba la cubierta<br />

<strong>de</strong> plástico <strong>de</strong> la hoja-. ¡No, mire, <strong>de</strong>saparece, <strong>de</strong>saparece! -Luego elevó la<br />

mirada hasta Karras, con evi<strong>de</strong>nte consternación. Supongo que también<br />

habrá tocado el interior, ¿verdad?<br />

Karras, sonriente y compasivo, asintió.<br />

—No importa, quizá podamos encontrar algo más. A propósito, ¿ya lo ha<br />

examinado bien?<br />

—Sí.<br />

—¿A qué conclusión ha llegado?<br />

Karras se encogió <strong>de</strong> hombros.

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