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leba de la decisión del Rey para defender la buena
ktrina científica y amparar los derechos de la Iglesia,
le desestimaba, despreciaba, combatía é intentaba
jular el Código gaditano. Y cuando, á demandas como
Ide la Trapa de Aragón, en que se decía de los frailes
je hacían productivos con su trabajo rudo y fatigoso
Isiertos incultos, que eran gentes casi salvajes, que
lían del trato de las gentes, y esto bastaba para pro-
per la extinción de una colonia agrícola, aunque la
jión la pidiese con interés, y aunque el terreno pro-
Ictivo tornase á ser desierto selvático, parecía decir
|Rey: «ahí me las den todas»; ó cuando pedidas, como
ledio de medidas apremiantes y sentidas, institucio-
para enseñar y moralizar á la juventud, dejaba pre-
|ecer el voto negativo que se fundaba en que al fin
raaestros resultarían ricos propietarios, y colonos ó
^nesterosas las familias de los jóvenes enseñados y
pralizados; ya no dudaron en erguirse los asustados
el decreto de 1814: y entonces empezó la maniobra
asediar la persona real, atrayéndola con dádivas
^0 la sirena de h fábula con sus cantos, adorme-
[odola primero, interesándola después, para tratarla
tarde como á fiera enjaulada, obligándola á ser ins-
^mento de los planes que le habían ocultado hasta
llegase su hora. Todos parecían ir de acuerdo y,
embargo, aunque todos peores, los unos eran cons-
icionales, los m ás; los otros, absolutistas.
”^e Bringas, Cámaras, Tahonas y gentes de la misma
se componía el Ayuntamiento, que de vez en cuan-
visitaba al Rey y le hacía mil zalamerías. Sólo que
ido S. M. gustaba de lo al, ni Tahonas ni tahone-
extremaban sus tendencias. Si la Isla de Mallorca se