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— 197 —<br />

nos mandan votar á Muza, al conde D. Julián, á don<br />

Oppas y al mismo Luzbel jvaya si lo votaremosl<br />

Vinieron luego las elecciones de Diputados provinciales;<br />

nos dijeron, 6 mejor, mandaron votar á un tal<br />

Aparicio que no conocíamos, pero tuvimos ocasión de<br />

oirle en el colegio, donde sin venir á cuento, se puso á<br />

desbarrar de que San Isidro no había existido, y que<br />

«unos frailes habían inventado su leyenda que hicieron<br />

creer á agüellas gentes tan atrasadas, que erigieron<br />

una estatua, la bendijeron, la pusieron á la adoración y<br />

la adoraron, y,., aún hay quien cree en San Isidro».<br />

Y en lugar de llamarle majadero y probarle que lo<br />

era... lo votamos... y salió diputado. ¡Oh, la esclavitudl<br />

Nó... ¡la libertadl<br />

La vida en el Asilo.<br />

Era moda llevar asilados á los entierros, y hombres<br />

y niños recibían cuartos del duelo, que los primeros los<br />

gastaban en las tabernas, y luego camorra; y los chicos<br />

jugaban hasta que uno ó dos se quedaban con toda<br />

la limosna.<br />

Los músicos iban á tocar, ahora á Madrid, ahora á<br />

los pueblos, mediante ajuste, y pasaban días y noches<br />

fuera de casa. Cuando llegamos, había el compromiso<br />

de ir las noches del Real 20 ó 30 á hacer de comparsas,<br />

y volvían á las tantas de la madrugada. En los ta­<br />

lleres no había más tarea que las necesidades del Asilo;<br />

por consiguiente, no habiendo qué hacer, ó entierros<br />

que acompañar, allá en la huerta ó en los dor-<br />

niitorios se mataba el tiempo. Es decir, que el desorden

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