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colocarlo. En el presbiterio, donde se encuentra, es
donde más se nota su destierro, ó sea esa especie de
prisión á que lo condenó el déspota borbónico para
calmar la sorda pero persistente y general reprobación
de aquel hecho, de que prohibió hablar, pena de la
vida, ni en pro ni en contra.
¡El mejor templo de Madrid cerrado! jEl gran culto
á Dios suprimidol ¡Las ricas congregaciones dispersadas
y los setenta y tantos mil duros de los devotos para sus
fiestas, limosnas y auxilios de ropas, dotes, estudios de
jóvenes pobres, etc., perdidos! L a pena de muerte im­
pedía hablar, pero fruncir el ceño, cerrar el puño, cuchichear
y relampaguear los ojos... no hay Arandas, ni
Moñinos, ni Campomanes que lo eviten.
... D e repente, sin que una vez, ni el R ey ni los minis­
tros fueran á una fiesta del santo en su hermosísima ca­
pilla de San Andrés; ellos, los perseguidores de la iglesia,
los atormentadores del Papa, los verdugos de la
Compañía, los que cometieron tantas crueldades, tan­
tas abominaciones con niños y viejos, sanos y enfermos,
sin excepción, tan sin excepción (i), que la negaron
para un padre anciano demente veinte años hacía, y
toda la impía crueldad era para dar gusto á Voltaire, á
( i ) Una hubiera habido, si antes no hubiese el favorecido
apostatado. Era éste un hermano bastardo del director de aquella
orquesta del ioliemo. E l padre del Conde de Aranda adulteró
y le nació un hijo del adulterio. Taparon la bastardía con la
sotana, y el hombre mostró llevarla dignamente; pero en vísperas
del atropello, dejó la Compañía; su hermano lo prebendó á gusto
de ambos, y un día, á los tres ó cuatro aflos, apareció muerto
el prebendo al pie de la ventana de su cuarto, que era un piso
segundo.
¿ Q u é t a l ?