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y con esto y con las esperanzas que se habían fundado
en la influencia y suave ascendiente que se suponía
había de ejercer en su ánimo la bella alma y el natural
atractivo de la agraciada Isabel, sustituyendo el malé«
fico influjo de vulgares y corrompidos palaciegos, alen''
tdronse los hombres ilustrados y de ideas templadas,
creyendo y como presagiando un cambio feliz en la
marcha del Rey y del gobierno, en dirección opuesta á
la que hasta entonces habían llevado.®
Si esto no es fantasear, menos es trabajo de historiador.
Pero sí se entrevé el afán de llevar disimulada­
mente á D. Fem ando á abrazarse con los revolucionarios.
Esa es la maniobra de los escandalosos regalos.
«La Reina Isabel de Braganza hacía, en efecto, laudables
esfuerzos, no sólo por captarse el cariño de su
regio esposo, sino también por apartar de su lado y
alejar del Alcázar las maléñcas influencias que condu*
cían á Fernaado por malos caminos. Para ello empleaba
los recursos lícitos de la mujer y de la esposa, haciendo
valer las gracias de que estaba dotada y estudiando los
medios de agradar á su marido y de satisfacer hasta
sus caprichos. Parecía no mostrarse indiferente Fernando
á sus atractivos y á sus caricias, y advertíase haber
acertado Isabel á inspirarle cariño"......................... .
Pero, ¿dónde consta eso? ¿Qué hechos lo prueban?
¿Es que basta que lo diga D. Modesto Lafuente, sin
prueba alguna, para que nos creamos que la Reina fué
recibida como iris de paz y astro de benéfico influjo; ^
en los laudables esfuerzos para apartar la canalla y ganarse
el afecto del Rey? ¿Es esto muy verosímil, en
veintiséis meses que dista el entierro de las bodas, coa