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esto, que hay muchos Bringas y Sampelayos en estas
sociedades perfumadas y artificiosas, que, además de
no conocer la naturaleza, sienten ascos de las cosas del
campo, aunque saborean los manjares que en él se
crían.
Mas no olvide el lector que, nacido en aquella tierra
y con aquel emprendizaje de la vida, bien podrá suce­
der que el carácter personal no sea todo lo flexible que
suelen apetecer los mandones de sus subordinados en
la vida burocrática.
Unos trece años hube de invertir entrando y saliendo
en las cátedras del Instituto de Huesca y en las Universidades
de Zaragoza, Valladolid y Madrid, y en otra
parte (i) dije cómo y por qué vine al Ayuntamiento de
Madrid. Lo que no quedó bastante precisado fué que
se me llamó, se me brindó y ofreció la Dirección de los
Asilos de San Bernardino, diciéndome que aunque había
muchos pretendientes, si yo aceptaba, yo sería el
encargado de su regeneración (2), según la pretendía
el Conde de Toreno, Alcalde Presidente del Ayunta­
miento de la Restauración. Se dió, pues, el caso de
buscar un hombre para un empleo. Ese hombre fui yo.
Si hay otro en el Ayuntamiento de Madrid, yo no lo
conozco. Y no se me tache de inmodesto; que bastante
es no decir más hoy por mor de la modestia.
(1) Los toros de Bonaparte, págs. 360 y 361.
(2) Entonces ingresé en la Cofradía de los regentrado-
rM, que, nacida en las despóticas arbitrariedades de Carlos 111,
tomó nombre de los factores de la Constitución de Cádiz y ha
sido la receta de todos los revolucionarios del siglo x ix , con la
que aúD nos brindaron Silvela y Polavieja, Gasset y Canalejas,
y sigue en 1904 siendo el talismán de los que aspiran al poder