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efectivamente, el convento de San Bernardino era el
asilo, el retiro tranquilo d é lo s veteranos de San Gii>
cuando los años y los achaques les imposibilitaban el
cumplimiento de las promesas de su profesión.
£ i retrato de San Pedro Alcántara.
A llí está; se conserva casi como si acabara de pin­
tarlo el hábil artista del hermoso cuadro — tal nos parece,
aunque confesamos nuestra incompeteocia para
juzgarlo.— Ocupa el centro del altar único que queda
en aquel templo. Aunque hoy es del señor Duque de
Granada, como lo fué desde que, fallado el pleito á
su favor, tomó posesión del ediñcio, que la Reina gobernadora
quitó á los frailes en 1834; es maravilla que
desde entonces hasta 1843 no desapareciera, por venta
ó de cualquier otro modo, como sucedió, por ejemplo,
en la parroquia del Salvador, San Felipe el Real, et­
cétera, lo cual nos hace sospechar que no- sea tan bueno
com o nos parece.
E l caso es que allí se ha conservado para dar testi­
monio de lo sucedido, como lo está dando de la misma
manera en su cárcel temporal el Patrono de Madrid,
hasta que otro tribunal restablezca las cosas á su
legítimo estado, según há ya años escribimos; «cada
uno en su casa, Dios en la de todos, y San Isidro en su
capilla de la parroquia de San Andrés de Madrid.® ( i)
San Pedro Alcántara está solo, pero basta para acu>
(i) Semana Católica, seis niimnros, del 15 de Mayo de 1897
«o Bdclante.