1 - DSpace CEU

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— Valme, pues sabes que ofrecí ir á Roma á pies
descalzos, si el Padre Santo rae concedía declararte sin
mancha.
— Y o también hubiera ido, si mi salud me lo hubiera
permitido— replicó Carlos II.
— Esto era devoción, lo mío bambolla— murmuró
Carlos III. Sin embargo — añadió — es Madre de
veras.
A i empezar el juicio dijo D. Felipe: «Señor, tened
misericordia de nosotros, de nuestra ignorancia, si advertís
errores en nuestros pechos».
— Con efecto, tú llevas el corazón de tu hijo y éste
lleva la bolsita de badana de Carlos IV.
— Y el mío, Señor, ¿quién lo tiene?
— T en paciencia. ¿D ónde crees que está el de lu
nieto, de mi querido Carlos?
— N o sé, Señor; recordad que os pedía por él, acu­
diendo á vuestra Purísima Madre, cuando sufría tanto
con aquellos zarandeos, y vos me concedisteis mandarle
al Padre Froilán.
— Pues lo trae éste, su homónimo III, y el tuyo míralo
en el pecho de Fernando.
— jMisericordia, Señor!
— Y a no es tiempo de misericordia.
Resultado: que el infeliz y castísimo Felipe III lleva­
ba al juicio el corazón impuro de Felipe IV ; éste, con
sus pasiones desbordadas, se ofrecía con la bolsa vacía
de Carlos IV. Carlos III, azote de la Iglesia, había co­
gido el piadosísimo de Carlos II; el gatera de Fernando
VII traía el de la piedad rendida á la Concepción
Purísima; Carlos II resultaba el chispero D. Fernando,
y el baldragas de Carlos IV había cargado con el de