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dos embarazos, mas la adquisición del sitio de recreo,
que debió entretenerla algunos ratos?
Nada, lo dicho, que querían ganarla para que rin­
diese á D. Fernando, y aún lo sueñan, como si estuviéramos
en 1818.
Que si quieres; todo al revés : «Si pareció de buen
augurio llevar á Hacienda á D, Martín Garay, aunque
constitucional y de la escuela de Jovellanos, pareciólo
de muy malo darle de compañero en Gracia y Justicia
al famoso D. Juan Lozano Torres, hombre ignorante y
de malévolos instintos, que ni era togado, ni sabía latín»
y que, por la adulación y la bajeza, fingiendo un entusiasmo
exagerado y ridículo por la persona del Rey, se
había encumbrado desde la esfera más humilde».
¡Pa chasco! ¡Conque tan malo Lozano de Torres! Y
doña Isabel, iris de paz, astro de benéfico influjo, bella
alma y de laudables deseos de alejar de palacio malé­
ficas influencias!
Pues se lució la de los «laudables deseos®, manifestando
á este señor Lozano «l o s vivos que ella tenía de
hacerse con la Casa Huerta y jardines de Romero.®
Si hubiera conocido Lafuente la sesión del Ayunta­
miento del 5 de Abril (y las que siguen) no hubiera es­
crito lo que acabamos de copiar.
Y así se escribe la Historia. Modestus dixit. Acade-
»¡ia tacet.
oLa otra esperanza de los liberales, la amable y v i r ­
t u o s a Isabel, no tardó en faltarles del modo más triste
y digno de lástima. Aunque no había logrado apartar
del lado del Rey las influencias perniciosas, ni cambiar
las inclinaciones y tendencias de su carácter, mirába-'