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otro por desafiar las tempestades. Sin un G odoy, no
hubiera habido Constitución tan inmoral como la de
Cádiz; sin Cortes de Cádiz, no hubiera habido una traición
tan villana como la del año 20; ni un juramento tan
horroroso como el que varaos á conocer; y, dadas las
Cortes aquellas y aquel juramento sin sus notas esen­
ciales, no hubiera venido España dando tumbos todo el
siglo, perdiendo primero las colonias que debieron defender
Abisval, Quiroga y Riego; luchando por el trono
en 1834; tumbándolo en 1868 y perdiendo, por fio,
las Antillas y las Filipinas el Gobierno presidido por Sagasta
en 1898. Están tan enlazados unos con otros los
sucesos; es tan necesaria la existencia de uno de ellos
para explicar la del que le sigue, que fácilmente se ve
que, en la cadena que forman, poniendo á cada eslabón
el nombre del hombre á quien corresponde, hay que señalar
el último con el nombre de D. Práxedes, y el
primero con el de Godoy.
Sin duda que otros también tienen responsabilidades;
ya hemos dicho antes cómo la revolución la desencadenó
Carlos III y sus hombres volterianos y jansenistas;
cómo avanzó en tiempo de Carlos IV con los suyos, y
principalmente por Godoy; pero es que ahora vamos á
hablar sólo del siglo x i x , que empieza políticamente
con las osadías del favorito, y acaba con el protocolo
de París, para el que delegó Sagasta á su compañero in-
íeparable, desde 1868, el gaiíero de Lounzdn, Sr.M on-
tero Ríos. Y si no hubiésemos de hacer alto en 1820,
íecha del juramento, que nos ha puesto la pluma en la
mano, no dejaríamos de citar las bodas i.® y 2.» de
María Cristina (1829 y 1833); los conatos de Fernand
o VII, para modificar la ley de sucesión; y, acabada