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millares de cargos por el favor, y un día opina un mi­
nistro declararlos inamovibles, salvo expediente, eso
sí, que la desnudez no es desnudez si tiene su hoja
de parra, y competentes 6 ineptos, écheles usted un
galgo. Cursábamos la Retórica y Poética con ejer­
cicios de traducción de clásicos latinos, y allá, en el
invierno, se comunicó por la Gaceta que habíamos de
aprobar primer curso de lengua griega. E l catedrático
no la sabía: se puso en medio de todos, en el hemiciclo
de la clase, y empezó la lección de esta manera ; la a,
en griego, se llama alfa; la beta; la g , gama; la ¿f,
delta, y así hasta el fin del alfabeto^ que nos advirtió
que venía á ser lo mismo que abecedario. Pero como
yo no' sé griego, ya nos arreglaremos para salir del
paso. Aquel señor era preceptor de gramática latina,
dòmine., y con la ley de Moyano ó la de 1845, se encontró
hecho catedrático inamovible. La cátedra y el
empleo, por una ley así, que se ha dictado para hacer
amigos y partidarios, son personales, y la Nación que
se hunda; y así conseguidos los empleos y cátedras,
se reputan una propiedad tan sagrada é intangible como
la que se hereda de los padres ó la que se adquiere á
fuerza de trabajos, privaciones y sacrificios, salvo que
pertenezca á la Iglesia, á los hospitales, á fundaciones
para dar carreras á pobres, dotar doncellas, á los propios
de los pueblos, que dejan de serlo si hay regene­
ración política.
Y a hemos dicho que el nuevo propietario puede
tropezar con el expediente; pero, ¿quién, cómo y cuán­
do lo forma? ¿Quién, cómo y cuándo lo falla? Y si lo
fué por favor antes, ¿le faltará ahora el padrino? Si
amovible se portaba mal, ¿se portará bien inamovible?