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lucero del alba, en las Universidades, en los Semina­
rios, en los Conventos, en los Colegios y hasta en las
escuelas; y para obligar al clero y al pueblo á que doblen
la rodilla ante el esplendoroso sol de la Constitución
de Cádiz y ante los redentores Riego, Quiroga y
Abisval, el General que sacó los pollos en Ocafia de los
huevos que en las Cabezas de San Juan empezaron i
incubar sus subalternos, y que ya estaban pereciendo
cuando el Conde les prestó el calor de su patriotismo,
traicionando las Colonias y viniéndose á Madrid con la
bandera de la libertad, y gritando : < Constitución i
muerte«.
Proclama del Rey
que creyeron convertido por obra milagrosa del juramento
del víspera:
i8. «Cuando vuestros heróicos esfuerzos lograro
poner término al cautiverio en que me retuvo la más
inaudita perfidia, todo cuanto vi y escuché apenas pis^
el suelo patrio, se unió para persuadirme que la Nación
deseaba ver resucitada su anterior forma de Gobierno;
y esta persuasión rae debió decidir á conformarme
con lo que parecia ser el voto casi general ^«
de un pueblo raagnánimo que, triunfador del enemigo
extranjero, temia los males más horribles de la intestina
discordia.
N o se me ocultaba, sin embargo, que el progreso
rápido de la civilización europea, la difusión universal
de luces hasta entre las clases menos elevadas, la naás
frecuente comunicación entre los diferentes paises
globo, los asombrosos acaecimientos reservados á 1*
generación actual, habian suscitado ideas y d e s e o s desconocidos
á nuestros mayores, resultando nuevas é i®'
periosas necesidades; ni tampoco dejaba de conocer