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hacían el bien y buena estancia á las asiladas; y á las
parvulillas las suplían, á veces coa ventaja, el amor de
sus padres.
¡Oh! cómo nos acordamos de aquella Sor Angela,
rodeada de niñas chiquitínas. No se nos hizo extraño
que se encelasen por si á mí me quiere más, ó yo he lle­
gado antes. Cuando por la mañana acababan de vestirlas
y aviarlas, corrían ellas á ponerse á la puerta de la
habitación de las hermanas para tomar las manos de
Sor Angela las que llegaran primero, y las que después
cogían las puntas del delantal, y así iba la hermana á la
iglesia, como la Virgen entre ángeles. Sí, sí; aunque el
ingreso fuese informal, el Asilo de Alcalá era un encan­
to. Pero era fruto de las Hermanas, que eran ocho, y
recibían ocho duros cada una, mensuales, para comer y
vestir (i),
¿Y los hombres y los chicos del Asilo primero?
Después de lo dicho de la informalidad en el ingre­
so, se clasificaba el personal acogido en tres grupos:
hombres, jóvenes y niños. Los primeros, salvo los inválidos,
eran de los que nadie admitía: ni los maestros
en las cuadrillas, ni los dueños en los talleres; rebeldes,
holgazanes, pendencieros, y casi, sin excepción, excesivos
en la bebida. Los jóvenes, llevados allí por sus padres
por no poderlos sujetar á que tomasen oficio; y los
( i) Desde el principio nos puso en guardia la Superiora Sor
Antonina^ouguer, contra un peligro que le había causado hondas
amarguras,
Un alto magistrado pidió hacer feliz en su casa á una asilad^
huérfana, y se la entregaron. Cuatro años la tuvo en su poder; faé
madre más de una vez; los hijos fueron á la Inclusa, y al quinto
murió la protegida en el Hospital.