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íQ ué especie de murmullo espiritual parece que escu­
cháis como brotando de aquellas efigies, todas modeladas
rastreando el aire del Patrono, idéntico al de sus
seis compañeros, y conservado en todos sus sucesores,
mientras Dios los sostiene en la santidad de sus votos
y prom esas! jO h !; no hay obra más una que la que
estáis contemplando. Si recorréis las capillas, sentís
lo mismo; si miráis las columnas, la cifra simbólica de
IH S está en el centro; si miráis arriba las celosías, las
corona; si os acercáis á la capilla de los Dolores, dos
tablas os enteran de su culto en 31 de Marzo de 1767,
no obstante estar al alcance de la mano de un niño.
Frente á „los Dolores», el «Buen Consejo», hij as mayores
y como gemelas de la gran nave; pero, segün se
diferencia el culto respectivo, así su ornamentación; también
en ésta veréis á su entrada una tabla, tal com o estaba
la víspera del sacrilegio de Carlos III. Esta orna-
mentación del «Baen Consejo® indica á las claras que
no figuró en el plano de la gran iglesia; pero como el
ingerto en árbol de su misma naturaleza se identifica
luego con el árbol mismo, así la capilla de Nuestra
Señora es un realce del templo de San Francisco Javier;
y como la levantó el dulce coloquio de la Señora
seía de las fundaciones piadosas de aquella iglesia. Se dispuso
de pronto que las exequias se celebrasen en San Francisco, y
entonces, en oposición á este nuevo intento, dijo el citado
predicador deseosas; primera, que en «San Isidro cabían 6,000
personas y en San Francisco nó» ; segunda, que si la función se
celebraba en este segundo templo, se negaba él á subir al ptílpito.
Como era función de patriotas, ¿no resulta notable hacer la
apología de ellos el canónigo amigo y protegido de Murat? Y
siendo éste descogido, ¿qué tales ssrían los otros?
¡Caramba, y cómo los conocía D . Marcelinol